11.7.25

TRASHUMANTES

Ayer se presentaba en Zas Kultur el proyecto Trashumantes, una exposición colectiva concebida para viajar por loa pueblos de Álava. No es una muestra convencional para desplegarse en una sala al uso, sino una propuesta que cabe, literalmente, en una maleta y ha sido pensada desde su origen para colgarse con facilidad en lugares no previstos para el arte: txokos, casas de cultura, locales vecinales, incluso bares o lonjas.

La muestra reúne obras de siete artistas alaveses: Natalia Albeniz, Zirika, Marcos Ramos, Dorleta Ortiz de Elguea, Miriam Isasi, Anabel Quincoces y Zigor Urrutia. Son piezas de pequeño tamaño, ligeras, que reflexionan sobre ecología, territorio, arquitectura rural, fragilidad, memoria o la conexión entre cuerpo y entorno. Obras pensadas no solo para exponerse, sino para poder enseñarse abriendo la maleta.

Trashumantes remite a la trashumancia, ese ancestral desplazamiento periódico de rebaños en busca de pastos más fértiles. La elección del nombre no es casual. Habla de movimiento, de vínculos con el entorno, pero también de ciclos, retorno y necesidad de generar red en “lo rural”. Igual que la trashumancia no entiende de fronteras fijas, el arte que propone esta exposición tampoco lo hace.

La intención es clara: llevar el arte a otros espacios. Salir del centro y del circuito habitual. Pero no basta con el deseo de descentralizar. Para que la cultura llegue a los pueblos de forma efectiva, no es suficiente exportar formatos habituales. Es necesario modificar las formas de producción, circulación y mediación. Hay que cambiar el chip.

La mayoría de los pueblos no cuenta con teatros, salas de exposiciones ni infraestructuras técnicas que imiten las condiciones urbanas. Pretender que cada localidad disponga de una programación estable con medios profesionales no solo es irreal: es insostenible. No se trata de plagiar modelos, sino de mutarlos. La respuesta no pasa sólo por exigir más equipamientos, sino por pensar desde lo que ya hay. Hacer ese esfuerzo. Usar la creatividad. Y los artistas la tienen.

Es necesario imaginar propuestas que dialoguen con lo existente: paredes que no son blancas, suelos que no son neutros, luces que no se controlan desde un cuadro de mandos. Implica también entender que lo rural no es una extensión de lo urbano, sino otro lugar, con tiempos y relaciones distintos. Y que cualquier intento de acercar el arte contemporáneo a esos contextos exige observar, escuchar y renunciar, muchas veces, a ciertas comodidades formales.

Trashumantes no es una solución definitiva. Pero señala una vía: la de una cultura ligera, modular, desplegable. Una cultura que se mueve y se adapta. Que no necesita escenarios de última generación para generar pensamiento, emoción o crítica. Que no exige reverencia, solo disposición.

Pensar desde la periferia no es idealizarla, sino habitarla con honestidad. Porque sin periferia no hay centro. Y sin adecuación a los contextos reales, no hay descentralización posible.