Hace unos días, nos enterábamos de que la escultura "La construcción" de Joaquín Lucarini, ha terminado convertida en escombros como sombrío colofón a la remodelación de la fachada que la cobijaba. “La construcción” por lo tanto, ha sido completamente “deconstruida”. Una obra de arte mencionada en numerosos escritos sobre su autor, en varias de las exposiciones antológicas que las instituciones vascas dedicaron a Joaquín Lucarini, ha terminado en el vertedero municipal. Los albañiles que “la mataron”, se asombraban de que tal hecho tuviera cierto eco en los medios de comunicación. ¿No suceden desastres más dignos de captar la atención del cuarto poder? Obviamente desconocían quién era Lucarini. Sucedía hace unos meses algo similar en la capital del Estado: que unos policías madrileños desconocían quién era el pintor Antonio López y a poco le multan por pintar un paisaje al óleo tirando de caballete en la vía pública. Pero lo asombroso del “caso Lucarini” no es el desconocimiento de ciertos ciudadanos sobre su trabajo, sino la ignorancia de nuestro Ayuntamiento. Al concederse el permiso de obras pertinente, el Consistorio debería de haber protegido la escultura. Una obra que podría haberse trasladado a otro espacio de esta ciudad tan repleta de jugosas zonas verdes. Recordemos que destruir arte –llámese “patrimonio artístico”- aún en estos estúpidos tiempos que corren, sigue siendo un delito tipificado en el código penal que puede acarrear penas de un máximo de tres años de prisión.
Lucarini -fallecido un lustro después de realizar “La
construcción” que data de 1964- era un escultor conocido y reconocido hace
apenas un puñado de décadas. Recordemos,
por ejemplo, que este artista competía mano a mano con Jorge Oteiza en el
concurso organizado a mediados de los años cincuenta para la realización de la ornamentación escultórica de la mítica
Basílica de Arantzazu. Por entonces, Lucarini, participaba en la realización de
las esculturas de la catedral Nueva de Gasteiz, reiniciadas tras varias décadas
de parón. Joaquín era el primogénito del escultor Ángel Lucarini que se
traslada en 1905 de Italia a Gasteiz para realizar las tallas de piedra de la
cripta de la catedral Nueva. Ángel, de ondas convicciones anarquistas, se casa
con una alavesa y tendrá cuatro hijos todos ellos escultores y muy vinculados,
desde la izquierda, a la político. Sólo Joaquín se librará posteriormente del
ostracismo al que fueron sometidas por el régimen franquista las trayectorias
artísticas de los Lucarini. Quizás porque Joaquín tuvo cierta proyección
internacional y pasaba largas temporadas fuera de España.
En resumen: “Malos tiempos para la lírica”, no, “lo siguiente”.
La realidad es que "La construcción" solo era arte. No generaba
"marca de ciudad". No atraía turistas culturales porque los intereses
son otros. El trabajo del alavés Lucarini es parte de un patrimonio y de una
memoria que se nos están escurriendo entre los dedos por no ponerla en valor.