De la misma manera que una persona cuenta con un patrimonio tanto material –quizá una vivienda, un vehículo…- como inmaterial –su cultura, sus recuerdos…-, a las comunidades les sucede otro tanto. El patrimonio, en ambos casos, se hereda y se lega. Nos viene del pasado, lo vivimos, lo incrementamos o reducimos, y se lo transmitimos a las generaciones venideras. Éstas obrarán de la misma manera. Como un testigo que se pasa, sin patrimonio no existiría civilización alguna. Puede ser que lo que leguemos a nuestros descendientes no sea aceptado y acabe abandonado. Como se abandona a una mascota que no se quiere, o puede, cuidar. Siempre nos desprendemos de lo que no usamos. Si heredo una buena colección de libros pero no me gusta la lectura, todos esos volúmenes acabarán en bolsas de basura. Quizá porque lo que no llegué a heredar fue la pasión por los libros. Algo inmaterial, por lo tanto, conecta con otro algo material. Ambas partes, van ligadas. Pero también hay un patrimonio cultural que rechazamos porque no recoge ya los valores que deseamos “usar”. Puede, por ejemplo, que la cultura del biocidio, como puedan ser la caza o la tauromaquia, desaparezcan algún día. El patrimonio, por lo tanto, también evoluciona.
El pasado es cada vez más extenso. Las comunidades, por lo tanto, acumulan más y más patrimonio. Una herencia que hay que cuidar para que permanezca en el presente y se proyecte hacia el futuro. Pero no hay recursos en el mundo que permitan que todos esos bienes del pasado puedan sobrevivir. Hay que seleccionar. Y al patrimonio que no se le dé un uso acabará desapareciendo. Pues sólo el uso de algo asegura su subsistencia.
Álava cuenta con un importante patrimonio histórico, como
cualquier comunidad europea. Una parte se mantiene, otra está en estado
lamentable. Podemos, sí, restaurar una iglesia. Pero lo complicado es conseguir
que se utilice.
Hay patrimonio que se vende. Algunos adquieren una iglesia para vivir en ella. Otros compran un edificio histórico para ubicar en él una franquicia. Una manera de que el patrimonio sobreviva. Pero las instituciones públicas tienen su responsabilidad como guardianes de nuestra herencia. No es lícito que todo ella acabe en manos privadas.
La torre de Mendoza, a un tiro de piedra de Gasteiz, en plena
llamada alavesa, es una recia -pero elegante- construcción del siglo XIII con
magníficas vistas desde una torre que se eleva cinco metros sobre el horizonte.
Fue restaurada hace seis décadas para acoger un museo de heráldica que se cerró
por problemas de accesibilidad. Estuvo después años acumulando polvo y
excrementos de palomas. Estos días está de nuevo abierta al público ofreciendo
continente a una intensa y emotiva exposición del artista Juan Arroyo de título
“Siria”. Una buena ocasión para acercarse a la torre. Esperemos, deseamos, que
su uso se prolongue en el tiempo. Porque es un espacio digno de legar. Por lo
tanto, a quién competa, le rogamos que resuelva sus problemas de acceso.