Ya ha aparecido la desaparecida cabeza de Baco, quién la desapareció, el buen “desaparecedor”… ha sido Jon Buesa, un antiguo alto cargo del PNV. El fragmento de estatua romana se había esfumado al poco de ser encontrada en el yacimiento arqueológico de Arcaia hace casi medio siglo. No deja de ser un ejemplo de cómo “perder la cabeza”. El jeltzale la depositó hace unos días en el juzgado antes de que la policía le pillara con el “cuerpo del delito” pues todas las pistas apuntaban hacia él. Aunque el sumario del caso es secreto, Jon Buesa admitió que la susodicha cabeza siempre había estado en sus manos. Incluso que la copia –que estaba en el museo de arqueología- del original se realizó en su casa. Aunque en su día lo que adujo es que la pieza que él atesoraba en su hogar no era la original sino la copia. Podemos aventurar que el jeltzale dio lo que comúnmente se conoce como “cambiazo”. Que no deja de ser un arte. Ilegal, pero arte. Recordemos a Picabia, artista de las vanguardias históricas, de padres adinerados, falsificando los cuadros de su familia para sustituirlos por copias pintadas por él para vender los originales a buen precio. Así aprendió a pintar Picabia. Buena escuela. El caso se parece al de Buesa, pero sólo en la técnica del “cambiazo”: el ex político no tenía afán de lucro, sino que se había encaprichado de ese busto de mármol del siglo II. Un desliz éste, por lo tanto, que al común de los mortales se la trae al pairo. En un país en el que partidos como PP a la cabeza y PSOE pisándole los talones en desfalcos, financiaciones ilegales y otros menesteres mafiosos, que alguien birle una estatua romana no deja de ser como una ama –o amo- de casa sisando en Mercadona.
Nos viene a la memoria otro caso similar: la desaparición de
24 teselas blancas de las 204 que conformaban el mural de Miró –un mosaico de
cerámica- que nuestra Diputación adquirió en 1977 por una decena de millones de
pesetas. Lo que sucedió es que las paredes de nuestro Museo de Bellas Artes no
permitían mostrar el mural entero: no cabía en ninguna de ellas. Ante el
problema espacial, la decisión fue muy simple: se retiró la franja
inferior –dos filas- del único mural vertical
creado por Miró. La obra se puede contemplar completa desde hace dos décadas en
el vestíbulo de Artium. Pero no porque se encontraran las teselas. Estas nunca
aparecieron. El mural se reconstruyó en el taller del ceramista con el que Miró
realizaba sus cerámicas. ¿Y las 24 teselas desaparecidas? En su día el hijo del
conserje del museo de Bellas Artes admitió que él poseía una de ellas. ¿Y el
resto? Suponemos que estarán en manos de algún responsable político de entonces
que las usará de pisapapeles.
Cuando eso que deseas y finalmente consigues no es tuyo,
sino de tu comunidad, la estás robando. Es paradójico que un representante de
una institución prefiera contemplar un objeto artístico en su casa y no en el
museo de su comunidad para la que, en el fondo, trabaja.