“Lenguas muertas”, así llamamos a esos idiomas que se han extinguido. Si hubiera un cementerio para ellas, este sería inmenso pues, según la UNESCO, cada dos semanas desaparece una lengua. A ese ritmo, de las siete mil lenguas que se hablan actualmente en el mundo, la mitad de ellas se extinguirán a lo largo de este siglo. Celtíbero, etrusco, hitita, huno, akkadio, mozárabe, tocario, guanche, arameo, copto, polabo, córnico, dálmata, puelche, bauré, katawixi, mapidiano, sikiana, abnaki occidental, tagish… son solo algunas de las lenguas que nunca volveremos a escuchar.
Cuando una lengua desaparece es como si una especie animal
muriera. Pues no solo desvanece un idioma, sino buena parte de toda la cultura
que se ha creado y transmitido a través de él. Pero, ¿por qué muchas lenguas se
mueren si cada día que pasa hay más habitantes en este planeta que todos
compartimos? Lo lógico sería que todos los idiomas fueran creciendo a medida
que también lo hacen las poblaciones que los hablan. Pero, obviamente, esto no
sucede así.
La principal razón para que una lengua desaparezca es el
llamado “prestigio cultural”: cuando un idioma que no es el propio de una
comunidad obtiene prestigio porque sus élites culturales o económicas empiezan
a usarlo, el idioma autóctono tiene sus días contados. Los lugareños de esa
población comienzan interesarse por ese idioma foráneo que les puede permitir progresar
o ascender en la escala social. Y, para ello, el aprendizaje y uso de este
idioma se va implementando en los más pequeños. Al cabo de unos años la lengua
de esa comunidad acaba extinguiéndose.
Con la muerte de las lenguas la figura de “el último
hablante” toma un protagonismo antes inexistente. Como el caso de Edwin Benson,
el último hablante de la lengua mandan, un idioma siux o Charlie Mungulda,
último hablante de amurdag, lengua aborigen de Australia… La lista es
interminable. Pero también hay ejemplos de éxitos de algunas comunidades que
han conseguido recuperar su lengua nacional con políticas pensadas para ello.
Como la lengua livonnia, de Letonia, que tuvo hasta el año 2013 a su última
hablante y hoy se ha conseguido que la empleen 200 personas.
Existen, también, diversos proyectos internacionales
pilotados por lingüistas que intentan salvar las lenguas moribundas, es decir,
que están en peligro de extinción. O, al menos, frenar su muerte. Pero esa
lucha no es fácil. Es como nadar a contracorriente
También hay lenguas que llamamos muertas pero que realmente
lo que han hecho es evolucionar. Es el caso del griego antiguo, la lengua de
Homero, que, por cierto, ha desaparecido junto con el latín de los planes de
estudios de secundaria.
Quizá, ahora, con el uso de las letras griegas para
denominar a las variantes del coronavirus, se quiera rendir un culto tributo a la
más antigua de las lenguas occidentales. Por lo pronto, todos tenemos estos
días retumbando en nuestras cabezas una: ómicron. Que significa literalmente “o
pequeña”.