¿Por qué jugamos? No sólo nosotros los humanos, también los perros, gatos… hasta las tortugas o las avistas juegan. Lo que sí se sabe es que el juego es casi una actividad exclusiva de los mamíferos, que cuentan con un sistema vital más evolucionado que otra clase de animales. Aunque los cocodrilos, por ejemplo, suelen juguetear llevando a sus compañeros en sus lomos. O los cuervos deslizándose bocarriba sobre placas de hielo. En cualquier caso, de entre todos los animales, los más juguetones son –somos- los primates.
Una de las teorías al respecto explica que todos los
animales, -incluyendo a los “homo sapiens”- juegan en su etapa juvenil para
aprender, para prepararse para la edad adulta. Jugando podemos ser más
inteligentes, mantenernos sanos y más propensos a sobrevivir. Pero el misterio,
lo que nadie sabe a ciencia cierta, es por qué el animal adulto sigue jugando
durante toda su vida. Quizá sea por inercia, porque lo llevamos en nuestro ADN.
Y porque el jugar es placentero, divertido. Pero quizá lo sea para que esa
satisfacción que nos provoca nos empuje precisamente a eso, a jugar, como
herramienta de supervivencia.
El juego se usa en los sistemas educativos. Se le llama
“ludificación del aprendizaje” o “gamificación”. A través de la enseñanza basada
en juegos el alumnado aprende materias que después le servirán en la vida
cotidiana o en su futuro trabajo. El juego también se usa en entornos laborales,
no solo como herramienta de aprendizaje sino también para poner a prueba a los
trabajadores. Incluso para reforzar los lazos entre éstos y la empresa en la
que trabajan. Algunas de ellas utilizan con ese objetivo -fuera de horario de
trabajo- juego que se desarrollan en las llamadas “salas de escape”. Los juegos
de escapismo consisten, en resumen, en intentar salir en grupo de una
habitación resolviendo una serie de pruebas o enigmas en un tiempo definido.
Leíamos el otro día en la prensa que la mejor “sala de
escape” de todo el Estado está en Gasteiz. O al menos recibía el galardón
principal de los “Escape Room Awards”, que no es poco.
Hagamos memoria: las “salas de escape” (“escape room”) aparecieron
en Singapur en 2011 y en poco tiempo el fenómeno se extendió primero por Asia y
después por todo el mundo. En 2017 ya había más de ocho mil “escape room” a lo largo y ancho del planeta.
Un juego en el que escapar “con vida” de una sala cerrada, o
en la que tienes que cumplir un objetivo en un tiempo determinado, utilizando
sobre todo el ingenio, es ya una actividad popular entre los más jóvenes. Pasan
un buen rato, desconectan de sus problemas cotidianos y se alejan un poco de
sus pantallas favoritas.
En 2019 unas mil empresas ofrecían cerca de dos mil juegos
de escape en el Estado. Con la pandemia y las normas sanitarias, estos espacios
no han pasado su mejor momento los dos últimos años. Cuando llegó la COVID
muchas tuvieron que cerrar. Aunque algunas se reconvirtieron en “escape roms”
de exterior con lo que este gran juego continúa…