Si entre dos rebanadas de pan colocas otras sustancias alimenticias obtenemos un sándwich. El invento se lo debemos, indirectamente, al conde de Sandwich (1718-1792) pues este personaje gustaba comer de esta forma para poder jugar a las cartas mientras se alimentaba sin mancharse los dedos. Pero el invento no fue suyo. Fue de sus criados. Como su vicio por los juegos de naipes le hacía descuidar su dieta sus sirvientes tuvieron que maquinar el modo de alimentarle mientras echaba sus partidas. No sabemos las pruebas que hicieron, pero finalmente vieron que si le servían carnes frías entre pan y pan el caballero inglés podía conciliar su ludopatía con el comer. Y aunque varios siglos han pasado, el sándwich sigue sirviendo para compatibilizar cualquier tarea con la alimentación. Podemos estar viendo la televisión, caminar por la ciudad o por el campo… mientras le damos al diente.
En psicología también se usa la llamada “técnica del
sándwich” como método para comunicar eficazmente una crítica a alguien. ¿En qué
consiste? Cuando no queremos que la otra persona se ofenda con nuestro mensaje crítico
situamos éste entre dos “rebanadas buenas” colocadas antes y después de aquel.
Es una técnica muy utilizada en diversos ámbitos sociales y laborales pues es sumamente
fácil de recordar. Por poner un ejemplo, un profesor de arte le podría soltar a
un alumno: “se ve que eres una persona apasionada por el arte, pero creo que a
veces no reflexionas sobre tu trabajo. Adoleces de autocrítica, pero seguro que
mejoras enseguida en esos aspectos, porque eres inteligente y trabajador”.
Abusamos de esta técnica. Pues cuando la aplicamos, solemos poner
más pan que fiambre. Tenemos miedo a herir la susceptibilidad del otro. Camuflamos
nuestro mensaje crítico pensando que este puede producir un daño moral en la
persona que la recibe. Preocupados de las mil formas en que nuestros semejantes
pueden responder ante nuestras críticas, damos vueltas y vueltas al modo blando
de comunicarlas, añadiendo mucho carbohidrato y convirtiendo finalmente nuestros
mensajes en enredados ovillos difíciles de desliar. Siguiendo con el ejemplo
que hemos puesto: el alumno de arte puede pensar que su profesor le ha dicho
que es muy inteligente y trabajador. Puede comerse solo el pan y obviar la fiambre.
Por otra parte con esta manera de actuar devaluamos el pensamiento crítico pues
damos por hecho que las críticas directas son siempre dañinas. Y no es así.
Pero no estamos hablando de uno de los nuestros deportes
nacionales: enjuiciar con ligereza a los demás. Criticar por criticar. Hablamos
de la crítica constructiva realizada por personas que conocen la materia sobre
la que opinan y que nunca está basada en argumentos “ad hominem”.
Nuestra sociedad necesita de la crítica -y autocrítica- para
mejorar. La crítica argumentada, la crítica culta, detecta nuestras
debilidades, con lo cual es más fácil vencerlas. No podemos alimentarnos siempre
de sándwiches. No es una buena dieta.