La historia de la humanidad está bien sembrada de titánicas obras emprendidas por el hombre. Obras que aún hoy en día nos cuesta imaginar cómo pudieron ser levantadas por meras manos humanas. Recordemos, por ejemplo, las llamadas “Siete maravillas del mundo antiguo”: la Gran Pirámide de Guiza, los Jardines Colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso, la Estatua de Zeus en Olimpia, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría. Todas ellas actualmente desaparecidas. Menos la Gran Pirámide. La mayor pirámide construida en nuestro planeta: durante tres millares de años fue la edificación humana más alta de la Tierra. Según dicen los expertos, para colocar los tres millones de bloques se necesitaron cien mil hombres trabajando sin descanso durante los veinte años que se estima emplearon. No es extraño que algunos menos expertos defiendan que fueron los extraterrestres los artífices de su construcción.
Recodemos también las “Siete maravillas del mundo moderno”. Siete
monumentos de todo el mundo que fueron elegidos por más de 90 millones de
personas en el año 2007 a través de un concurso a nivel mundial. Posiblemente,
este ha sido también el concurso con más participación de la historia de la
humanidad. Otra maravilla, por lo tanto. Citemos a los ganadores: La ciudad de
Petra, en Jordania, el Taj Mahal en India, el Machu Picchu en Perú, la pirámide
de Chichén Itza en la península del Yucatan en México, el Coliseo de Roma, la
estatua del Cristo Redentor de Río de Janeiro en Brasil y la Gran Muralla de
China. Esta última nos sigue obnubilando: cuando se terminó tenía una longitud de
más de 6.000 kilómetros y fueron 200 años los que se invirtieron para construir
su muro. Se estima que trabajaron en ella más de un millón de personas y que
fallecieron 400.000 durante su construcción.
Realmente nos maravillamos ante las gigantescas maravillas
creadas por el hombre, valga la redundancia. La mayoría de ellas realizadas
gracias a la sangre, sudor y lágrimas de millones de personas. Que parecen quedar
ocultas detrás del asombro extraordinario que nos genera contemplarlas. Aunque la
mayor parte de las personas que las hicieron posible no eligieron libremente
emprenderlas sino que obedecían a un amo.
Nos debería asombrar más la sangre, el sudor y las lágrimas
de escritores, cineastas, actores, artistas… que a lo largo de nuestra historia
han generado novelas, películas, composiciones musicales, pinturas… contra
viento y marea y por decisión tenaz propia. Recordemos el tortuoso rodaje de la
película “Apocalipsis now” atravesado por una guerra civil en Filipinas y con
un destructivo tifón destruyendo decorados. O un Miguel Hernández, enfermo de
bronquitis y tuberculosis, iniciando un poemario en el penal de Alicante que no
llegaría a acabar: “Cancionero y romancero de ausencias.” Por poner solo dos dispares
ejemplos del tipo de maravillas ante las que nos deberíamos quedar con la boca
abierta.