De vez en cuando el debate sobre la necesidad de que la
cultura sea o no subvencionada por los poderes públicos salta a los medios de
comunicación. Son muchos en este país los que piensan que si no se subvenciona
a fontaneros, electricistas, mecánicos…
¿por qué se apoya desde el Estado el trabajo de guionistas, escritores,
cineastas…? Para esos muchos la cultura no es una necesidad, sino un lujo. Otros,
en cambio, piensan que la cultura es una necesidad. Al igual que la educación o
la sanidad.
En un país desarrollado el Estado se tiene que preocupar de cubrir las
necesidades de la ciudadanía. Es lo que
llamamos “Estado de Bienestar”: el Estado trabaja para garantizar que todo el
mundo tenga acceso, primero, a cuestiones tan básicas como pueden ser la
alimentación o la vivienda. Garantiza, por lo tanto, la supervivencia de las
personas. Pero obviamente eso es garantiza su vida, pero no su bienestar. La
buena gobernanza tiene que ir más allá. Tiene que velar por la salud de las
personas. Y por su formación y educación para que puedan tener un espíritu
crítico e independiente. No nos equivoquemos: no nos educan para que nos
podamos integrar en el sistema laboral como si fuéramos máquinas. Se nos educa
para que podamos desarrollarnos como personas libres. Porque los poderes
públicos podrían resolver que los más importante para nosotros es que, por
ejemplo, todos dispongamos de un coche y de un televisor. Y ofrecérnoslos de manera
gratuita. Pero se entiende que es mucho más importante que sepamos leer y
escribir. Y sumar y restar. Y saber qué ríos discurren por nuestro país. Y conozcamos
nuestra historia. De ahí que la educación básica sea gratuita en un país
avanzado. Porque la cultura es una necesidad. Y, en cambio, disponer de un
coche o una televisión no.
El Estado subvenciona la cultura, sí, y la sanidad y la
educación. Pero también subvenciona a la industria automovilística. Y la
fabricación de televisores. El Estado socorre a todos los sectores productivos.
Obviamente porque crean empleo, no porque haya que auxiliar la producción de
coches o televisores para que el ciudadano pueda adquirirlos más económicos. Pero sorpresivamente muchos
ciudadanos se quejan, repetimos, de las ayudas que el Estado destina a la
cultura. Cuando la cultura tiene -como la educación o la sanidad- no sólo el
valor de ser un sector productivo y que genera empleo sino que además nos ayuda
a ser personas más sabias. El cine español emplea a más de 70.000 personas. En
el sector de animación y efectos visuales, con 7.000 trabajadores, es la quinta
potencial mundial. En cambio, en países como Francia o Alemania las ayudas a
sus industrias cinematográficas duplican a las españolas. ¿Por qué, entonces, buen parte de la población
de este país parece entender que las ayudas públicas al sector cultural no son
necesarias? Quizás porque desconozcan la realidad. O se dejan llevar la
realidad que nos venden ciertos políticos.