Poco después de celebrar entusiastamente su trigésimo
aniversario, la propietaria de la librería Jakintza, Begoña, sorpresivamente anunciaba
la definitiva bajada de persianas de su negocio. Y lo hacía el pasado 8 de
noviembre, el día de las librerías. Una fiesta nacional con la que se quiere poner
en valor el trato personal, exclusivo y cercano que ofrecen las libreras y
libreros. El motivo del cierre no tiene nada que ver con la crisis del comercio
próximo o con la del propio libro. Simplemente, Kutxabank, la entidad bancaria
propietaria del local le comunicaba a Begoña, a través de un burofax, que tenía
tres meses para dejar la lonja completamente vacía. No renovaba, por lo tanto,
el contrato de alquiler. Un contrato que se había prorrogado durante tres
décadas. El banco accedió finalmente a aplazar el facsímil de desahucio hasta
el próximo 31 de marzo de 2020, fecha en la que la propietaria de Jakintza se
jubila. En cualquier caso, nuestra ciudad pierde una de las escasas librerías gestionadas
aún por profesionales de la venta de libros. Es decir: por libreros. Begoña no
tendrá relevo, no pasará a nadie su testigo, como quería ella.
La figura de librero está en peligro de extinción. Está
siendo sustituido por los inmateriales algoritmos, pues actualmente las
plataformas digitales -con Amazon como rey supremo- hacen recomendaciones a los
lectores en función de los libros que éstos han comprado anteriormente. El
librero, en cambio, es un prescriptor de obras literarias. Algunos pensarán que
su trabajo consiste en sentarse detrás de un mostrador y esperar a que los
clientes se acerquen, libro adquirido en mano, para pagar. Pero no es así. “Un
librero es alguien que trabaja 12 horas al día, lee por la noche y nunca se
enriquece”, decía en una de sus obras el escritor francés Baptiste-Marrey. El
librero, en resumen, tiene que leer mucho para poder recomendar a su clientela
tal o cual libro. "Me cuesta mucho más elegir los libros que
venderlos", explicaba Begoña. El librero deber también ser una persona que
inspire confianza, preocupándose por conocer a sus lectores, orientándoles y,
en definitiva, tendiéndoles una mano. Tiene, por lo tanto, que ser un buen
psicólogo. “Un librero es alguien que cuando descansa, lee; cuando lee, lee
catálogos de libros; cuando pasea, se divierte frente a las vidrieras de las
otras librerías; cuando va a otra ciudad, otro país, visita a libreros y
editores.”, escribía el argentino Héctor Yánover en “Memorias de un librero”. CEGAL, la Confederación Española de Gremios y
Asociaciones de Libreros -una asociación que reúne a 1.600 librerías en toda
España- lleva décadas promoviendo el papel del librero como experto y puente
hacia el lector.
¿Y el papel de las librerías? Las librerías funcionan como
auténticos centros de dinamización cultural de barrios, pueblos y ciudades. Por
eso no podemos permitirnos el lujo de perder ni una sola de ellas.