Se armó el Belén: el Gobierno Vasco ha aprobado el primer
reglamento de espectáculos públicos. Han abierto la caja de Pandora con una
normativa que limita a todos los establecimientos hosteleros a no poder
programar anualmente más de una docena espectáculos de cualquier índole
(conciertos, recitales de poesía, monólogos teatrales…). A no ser que dispongan
de la licencia pertinente para acoger ese tipo de actividades. Cuestión ésta,
complicada –imposible más bien- para este tipo de locales que no cuentan con
las condiciones técnicas adecuadas para convertirse en salas de espectáculos o
de conciertos. El absurdo kafkiano: los bares a partir de ahora sólo pueden
acoger un espectáculo al mes. Podrían ser dos, tres, veinte, ninguno, todos...
Pero no: uno. A ver... o se permite o no se permite. Los redactores del
reglamento habrán echado los dados a ver qué número salía. Es como si
dictaminaran que sólo se puede fumar en la calle los sábados. Arbitrariedad
absoluta. Una cuestión es que los bares funcionen como salas de espectáculos,
cobrando entrada, haciendo competencia desleal a aquellas sin pagar los
impuestos pertinentes. Pero no es el caso: ni cuentan con su aforo ni se cobra
entrada. Otra cuestión sería que los vecinos se quejaran de molestos ruidos por
dichos saraos. Pero en este caso hablaríamos de volumen acústico, de superar
los decibelios permitidos. Que si pones la música a tope en un bar, los
superas. Y si el concierto respeta la normativa, no hay problema. Por otra
parte no discriminan entre conciertos o recitales de poesía. Hablan de
"espectáculos". El problema es que mucha gente de escénicas y
musicales sobrevive gracias a sus bolos en bares. Además esa actividad es buena
para los bares. Y también para los clientes. Y para el turismo. ¿Tendrán los
artistas que emigrar a Miranda, a Burgos o a Logroño para poder facturar algo
al mes? ¿Tendrán los vitorianos que hacer también lo mismo si quieren tomarse
un trago mientras disfrutan de una actividad cultural en un bar? ¿Y los
turistas?
Los políticos que nos gobiernan y toman este tipo de
decisiones están muy alejados de la realidad, del día a día de la ciudadanía,
de lo que sucede en las calles de las ciudades o de las comunidades que
gobiernan. Suponemos que la presión de las asociaciones de vecinos que les
visitan en sus despachos tiene mucho que ver con este tipo de soluciones que
nos recuerdan a la eliminación de cañonazos. Porque, el ciudadano que disfruta
con este tipo de actividades no va a asociarse y visitarles para felicitarles
por permitir que en los bares haya vida cultural. Entendemos, por lo tanto, que
estos políticos se mueven en otros círculos culturales. Irán al teatro, a la
ópera, a grandes conciertos… Muy legítimo, obviamente, pero el común de los
mortales no puede acudir a esos lugares con asiduidad por cuestiones puramente
monetarias. Pero un zurito, un vino y disfrutar de un sarao en un bar, sí que
está a nuestro alcance.