17.12.18

SORDERA


Estos días hemos asistido a un mediático y acalorado debate sobre el programa de murales públicos financiado por nuestro Consistorio. Un programa que lleva desarrollándose en nuestra ciudad desde hace diez años, los nueve primeros sin existencia de concurso público previo. Recapitulemos: primero, varios artistas locales de dilatada trayectoria critican en una entrevista periodística la profusa proliferación de colorísticos murales en el Casco Viejo gasteiztarra. Pero la controversia se dispara cuando, al poco, uno de los murales que iba a realizarse en la fachada lindante con el hotel General Álava no llega finalmente a buen puerto. El colegio de arquitectos opina públicamente que esa fachada tiene cierto valor arquitectónico y defiende la autoría del arquitecto que la ideó. Pues un edificio tiene autoría. De la misma manera que un mural. Y no se puede intervenir, según la Ley, en una obra sea muralística o arquitectónica sin el permiso de su autor. Los vecinos del edificio, al conocer estos hechos, votan en contra de la realización del mural. La muralista afectada arremete contra el Colegio con afán de “matar al mensajero” y quejándose de “caza de brujas”. Y los ciudadanos se polarizan alineándose en las redes sociales con aquella o con la sección crítica a su actuación. Por simpatías o antipatías. Obviamente el Ayuntamiento, promotor de los murales, tendría que haber tutorizado este proceso. Y haber informado a la muralista de que el inmueble a intervenir estaba en el listado de edificios de interés del Colegio. Pero claro, al no participar el departamento de Urbanismo ni en la redacción de bases del concurso ni en su fallo, el conflicto de intereses se ha producido: los muralistas defienden lo suyo y los arquitectos no dejan de hacer lo mismo, defender lo suyo.
Queda de manifiesto quién no ha hecho bien sus deberes: el Ayuntamiento. Porque la raíz del problema no está en las opiniones de ciudadanos, artistas, arquitectos, muralistas... Los que es difícil de entender es la razón por las cuales una actividad -un mural- que se supone que es arte (sea participado o no) se impulsa desde estamentos que no son los culturales. Aquí los técnicos provienen del departamento de Promoción y de Participación Ciudadana. ¿No sería necesario que al menos se contara con un técnico artístico en el equipo de valoración de las propuestas? ¿Y otro del sector urbanístico? También un representante vecinal. Se habla de "murales participativos". Pero no se participan desde el principio pues se desoyen ciertas voces. Y sobre esta circunstancia habría que centrar este debate.
Algunos problemas provienen de arriba. De unas instituciones públicas que no hacen bien sus tareas y, habitual y paradójicamente, se libran de cualquier crítica mientras los ciudadanos se tiran piedras entre ellos por algo que han causado aquellas. Obviamente la crítica institucional no es fácil. Porque el mundo de la cultura, tan débil, depende en buena parte de los apoyos públicos.