15.12.18

GUSTOS


Europa Nostra es una acreditada entidad que concede anualmente un premio a las instituciones que han desarrollado con mayor excelencia su labor en pro de la conservación del patrimonio europeo. Nuestro ayuntamiento fue galardonado por dicha organización en 1983 y en 2010. En ambas ocasiones se reconocía el afán de nuestro Consistorio por mimar un Casco Viejo que conserva casi intacto, después de ocho siglos, su trazado medieval. También en 2015 recibió el Premio Patrimonio de la Humanidad otorgado por la UNESCO a la Catedral de Santa Maria. Por todas esas razones, nuestro Casco Viejo era reconocido fuera de nuestras fronteras como un espacio noble de alto interés cultural e histórico. No es de extrañar que hace unos días el colegio de arquitectos de nuestra ciudad mostrara públicamente su preocupación por la proliferación durante la última década de colorísticos murales realizados en numerosas fachadas de edificios de nuestra Almendra. Murales que no se integran en este, repetimos, premiado espacio urbanístico. Obviamente, Europa Nostra no nos puede retirar los premios concedidos, pero estamos traicionando su espíritu.
Desde esta columna, ya hemos criticado las desafortunadas actuaciones actuales de nuestro Ayuntamiento enmarcadas en la Almendra. Desde la discotequera iluminación de elementos arquitectónicos ejemplares como pueda ser la Casa del Cordón o los Arquillos pasando por ese virus muralístico que infecta las fachadas del Casco Viejo y que ya ha sido censurado por artistas de dilatada trayectoria. Ante las recientes críticas de creadores y arquitectos, el Consistorio cierra filas alegando que los vecinos del Casco Viejo están encantados con estas actuaciones de maquillaje urbanístico. Qué pregunten a los vecinos de la calle Santo Domingo que piensan de todo ello. Vecinos que llevan reclamando desde hace tiempo medidas urgentes para que sus casas literalmente no se vengan abajo. Los argumentos de los defensores de dichos murales ya los conocemos: que es mejor una pared pintada con lo que sea, que desconchada. Y que, simplemente, les gustan. Y sobre gustos, según ellos, no hay nada escrito. Podríamos responder que hay muchísimo escrito pero poquísimo leído. El gusto, obviamente, es relativo. Por lo tanto no puede presentarse como argumento. Nadie puede decir que una actuación está mal porque no le gusta. Pero tampoco puede decir que está bien porque le gusta. Las actuaciones públicas, sean de la materia que sean, no pueden basarse en el gusto sino en los argumentos.
Y así, no podemos alegar que no nos guste que en diez años de muralismo, en los nueve primeros, no se ha convocado un concurso público que permita que todo el mundo pueda “participar” presentando sus propuestas muralísticas. Tampoco podemos argüir que no nos gusta que siempre haya sido la misma empresa la que ha realizado dichos murales. Tendremos que argumentar que este populista proyecto desoye cualquier buena praxis no ya en el arte, sino en el de la buena gobernanza.