Europa Nostra es una acreditada entidad que concede
anualmente un premio a las instituciones que han desarrollado con mayor
excelencia su labor en pro de la conservación del patrimonio europeo. Nuestro
ayuntamiento fue galardonado por dicha organización en 1983 y en 2010. En ambas
ocasiones se reconocía el afán de nuestro Consistorio por mimar un Casco Viejo
que conserva casi intacto, después de ocho siglos, su trazado medieval. También
en 2015 recibió el Premio Patrimonio de la Humanidad otorgado por la UNESCO a
la Catedral de Santa Maria. Por todas esas razones, nuestro Casco Viejo era
reconocido fuera de nuestras fronteras como un espacio noble de alto interés
cultural e histórico. No es de extrañar que hace unos días el colegio de
arquitectos de nuestra ciudad mostrara públicamente su preocupación por la
proliferación durante la última década de colorísticos murales realizados en
numerosas fachadas de edificios de nuestra Almendra. Murales que no se integran
en este, repetimos, premiado espacio urbanístico. Obviamente, Europa Nostra no
nos puede retirar los premios concedidos, pero estamos traicionando su espíritu.
Desde esta columna, ya hemos criticado las desafortunadas
actuaciones actuales de nuestro Ayuntamiento enmarcadas en la Almendra. Desde
la discotequera iluminación de elementos arquitectónicos ejemplares como pueda
ser la Casa del Cordón o los Arquillos pasando por ese virus muralístico que
infecta las fachadas del Casco Viejo y que ya ha sido censurado por artistas de
dilatada trayectoria. Ante las recientes críticas de creadores y arquitectos,
el Consistorio cierra filas alegando que los vecinos del Casco Viejo están
encantados con estas actuaciones de maquillaje urbanístico. Qué pregunten a los
vecinos de la calle Santo Domingo que piensan de todo ello. Vecinos que llevan
reclamando desde hace tiempo medidas urgentes para que sus casas literalmente
no se vengan abajo. Los argumentos de los defensores de dichos murales ya los
conocemos: que es mejor una pared pintada con lo que sea, que desconchada. Y
que, simplemente, les gustan. Y sobre gustos, según ellos, no hay nada escrito.
Podríamos responder que hay muchísimo escrito pero poquísimo leído. El gusto,
obviamente, es relativo. Por lo tanto no puede presentarse como argumento.
Nadie puede decir que una actuación está mal porque no le gusta. Pero tampoco
puede decir que está bien porque le gusta. Las actuaciones públicas, sean de la
materia que sean, no pueden basarse en el gusto sino en los argumentos.
Y así, no podemos alegar que no nos guste que en diez años
de muralismo, en los nueve primeros, no se ha convocado un concurso público que
permita que todo el mundo pueda “participar” presentando sus propuestas
muralísticas. Tampoco podemos argüir que no nos gusta que siempre haya sido la misma
empresa la que ha realizado dichos murales. Tendremos que argumentar que este populista
proyecto desoye cualquier buena praxis no ya en el arte, sino en el de la buena
gobernanza.