El Gobierno Vasco, Ayuntamiento y Fundación Vital han
firmado hace unos días el proyecto que permite dar uso al antiguo convento
de Betoño. Convento cuya reforma para mutar en centro cultural costó hace una
década veinte millones de euros. Un centro, llamado Krea, que ha estado diez
años criando polvo y que se consideraba fundamental para el desarrollo de la
cultura de nuestra ciudad pero que se vio envuelto en un largo conflicto
plagado de irregularidades por la gestión irresponsable de las partes
implicadas. Y ahora, finalmente, Krea, no tendrá el fin cultural con el que se
proyectó, como exige una reciente sentencia del Juzgado de lo
Contencioso-administrativo número 1 de Gasteiz. Krea se dedicará a la
enseñanza: acogerá a la Escuela Superior de Diseño de Zaramaga y una ampliación
de Tknika, el centro de investigación e Innovación Aplicada de FP en Euskadi. Con
esta solución se ha dado un carpetazo –en falso- a este quebradero de cabeza
para nuestras instituciones. Recordemos que la citada sentencia rechazaba que
el edificio de Krea pudiera destinarse a un fin que no fuera el cultural. Krea,
eso sí, seguirá, como marcaba dicha sentencia, sujeta al control público
establecido en el acuerdo inicial de 2006 firmado entre el Ayuntamiento de nuestra
ciudad, pero no será, repetimos, un espacio que sirva para impulsar las maltrechas
artes escénicas, visuales y musicales de nuestro territorio.
Las clases de la Escuela de Diseño de
Zaramaga empezarán a impartirse en 2019 en este edificio. Una buena noticia
para dicha Escuela pues contará con unas mejores instalaciones que le
permitirán desarrollar más eficazmente su ya intensa labor educativa. Krea
también acogerá un segundo proyecto: Tknika, enfocado hacia los videojuegos. En
definitiva, poner en marcha dos proyectos educativos relacionados con las artes
aplicadas es reincidir en el incumplimiento de los fines del acuerdo inicial:
se está planteando un estimable proyecto educativo pero no cultural.
Pero recordemos que el extenso equipamiento cuenta con 6.000
metros cuadrados que dan cobijo a ocho talleres artísticos, nueve espacios,
apartamentos, para residencias de artistas foráneos, tres locales de ensayo
destinados a la danza y a las artes escénicas, dos salas de edición de video,
dos laboratorios de fotografía, dos talleres pensados para acoger a las nuevas
tecnologías, dos aulas de grabación de música, un estudio radiofónico, una sala
de artes escénicas, una mediateca y un amplia capilla neogótica polivalente
preparada para acoger a cien espectadores. Y, además, el cuerpo acristalado de
1.500 m2 dispone de restaurante y cafetería. Es decir, el edificio puede
albergar aún un tercer proyecto, una tercera pata: la cultural. Tres proyecto
que convivan, se intercomuniquen, se nutran, entre sí y, además, utilicen y
rentabilicen el amplio edificio al máximo. Porque, ¿para que se van a usar –por
ejemplo- los nueve apartamentos pensados para acoger a artistas forasteros? ¿O
la amplia capilla?