Nuestra ciudad ha apostado por llenar – o rellenar- nuestras
calles de murales. Ya hemos hablado de este asunto en más de una ocasión. Pero
en resumen, nos encontramos con trabajos de escasa calidad cultural, artística.
Más orientados a adornar paredes degradas de nuestro entorno urbano. O pensados
para ofertar un itinerario amable y digerible a los turistas que nos visitan. Siempre
teñidos de pensamientos políticamente correctos. Es decir, como la preocupación
de quienes subvencionan este tipo de trabajos no es únicamente cultural, se
busca que las intervenciones, al menos, sirvan para algo. Cuestión ésta muy
preocupante. No se apuesta directamente por el arte. Sólo si es útil. Sólo si
tiene un componente extra cultural. Y así estos trabajos se presentan como
murales tramposamente colaborativos, participativos. Como si la participación,
per se, fuera un elemento siempre positivo. Es obvio que en algunos ámbitos no:
se puede perpetrar, por ejemplo, un crimen, un asesinato en colectivo. Como
cuando una turba lincha a alguien físicamente o haciendo uso ahora de las redes
sociales. Algo similar sucede en el ámbito cultural: ¿podemos criticar, por
ejemplo, una obra como “El Quijote” alegando que no se realizó colectivamente?
Sería absurdo. Algo similar está sucediendo en nuestra ciudad. Y así vemos como
los murales con más calidad nos los encontramos ahora mismo en Errekaleor: dos potentes
murales del italiano Blu nos hacen vibrar cuando visitamos este barrio. Realizados
sin ningún tipo de apoyo institucional. Y en solitario. También el artista
valenciano Escif ha pergeñado un mural en uno de los edificios del barrio. Arte
con firma, individual, y curiosamente y precisamente por ello, con más carga
crítica, reflexiva, que los que emperifollan ahora mismo nuestra ciudad.
¿Pero realmente es individual el trabajo de estos dos
artistas? ¿Por qué han elegido este contexto? ¿Acaso no han residido en
Errekaleor varias semanas conviviendo con los vecinos de este barrio ocupado?
¿No han servido de altavoz de su sentir y su pensar? Precisamente todo artista que
se precie es aquel que enfoca su obra a reflejar el latir de nuestra sociedad.
El buen arte, por lo tanto, siempre es social. En el arte colectivo mal
entendido, en cambio, las responsabilidades se diluyen. El “asesinato” no es
cometido por una mano en concreto. De la misma manera que en un fusilamiento
militar, sólo uno de los soldados dispara con fuego real y el resto con balas
de fogueo, en una obra erróneamente participada sucede algo similar: hay que
poner a un artista al frente del grupo de voluntarios. Es decir: uno crea y el
resto rellenan. Y después el artista dirá que “el disparo del crimen” no ha
sido el suyo. “Entre todas la mataron y ella sola se murió”, dice el dicho.
Es mucho más “útil” buscar una manera participada de
gestionar la cultura, en la que los agentes culturales locales tengan cabida y
no llevar la participación al terreno técnico de la propia creación.