Agosto se nos viene encima. Mes rebautizado en honor a Octavio Augusto, primer emperador de Roma. Que no es poco. Y con él, para algunos, llegan las esperadas vacaciones. Esa ficción compartida. Ese tiempo suspendido. Como si alguien pulsara el botón de “pause” en la maquinaria cotidiana.
Las vacaciones no siempre
existieron. Durante siglos, la mayoría trabajó al ritmo del campo. Quien paraba
era por enfermedad, misa o funeral. La idea de un descanso anual surge en el
siglo XIX, entre burgueses, fábricas y estaciones de tren. En España, agosto se
impuso más tarde, con el franquismo. Por decreto, por calor o por imitación.
Pero las vacaciones no son solo
una conquista laboral. Son también un producto cultural. Un relato. La playa
como paraíso, la carretera como aventura, el hotel como excepción. La promesa
de otra vida. Sin madrugones, sin jefe, sin horario.
En la literatura, el descanso
estival ha sido escenario de transformación. En Buenos días, tristeza (1954), Sagan sitúa en la Costa Azul el
despertar emocional de su protagonista. El guardián entre el centeno (1951), de Salinger, se desarrolla justo tras la expulsión
de Holden, en un limbo que roza las vacaciones forzadas y la deriva
existencial.
En el cine, las vacaciones han
dado lugar a un género propio. Cuenta
conmigo (1986), cuatro
niños en busca de un cadáver y de sí mismos. Dirty Dancing
(1987), iniciación sentimental entre clases sociales. Tiburón (1975), la playa convertida en amenaza.
Vacaciones en Roma (1953), fuga improvisada en Vespa. En
España, Las bicicletas son para
el verano (1977),
donde el verano no es libertad, sino espera. Y Las verdes praderas (1979), el desencanto disfrazado de
descanso: jardín, barbacoa, piscina, jaula.
También hay quien no se va.
Quien no puede o no quiere. Ese quedarse -esa ciudad vacía, esa anulación del tiempo-
tiene su poética. Cine. Lectura.
En Gasteiz, agosto transforma
la ciudad. Persiana bajada, acera silenciosa, museo sin colas. Pero ese
paréntesis es breve. Llega Celedón. Las fiestas de La Blanca enloquecen la
ciudad. Luego Donosti. Después Bilbao. Agosto sigue siendo el mes del descanso
social, sí. Pero también del exceso. De la exaltación colectiva. Entonces
entendemos que ese caos festivo es también una forma de pausa.
Para muchas personas, las
vacaciones son lo mejor del año. Nadie se queja de tener vacaciones. A nadie le
molestan. ¿Y si fueran permanentes? ¿Y si no tuviéramos que volver? ¿Y si
trabajar fuera lo raro y descansar la norma?Sería el paraíso. ¿O quizá no?
Quizá lo valioso no sea el descanso. Sino su condición de intervalo. Porque el
paraíso, si es eterno, también cansa. El descanso solo tiene sentido si hay
algo de lo que descansar.