25.7.25

PAUSE

Agosto se nos viene encima. Mes rebautizado en honor a Octavio Augusto, primer emperador de Roma. Que no es poco. Y con él, para algunos, llegan las esperadas vacaciones. Esa ficción compartida. Ese tiempo suspendido. Como si alguien pulsara el botón de “pause” en la maquinaria cotidiana.

Las vacaciones no siempre existieron. Durante siglos, la mayoría trabajó al ritmo del campo. Quien paraba era por enfermedad, misa o funeral. La idea de un descanso anual surge en el siglo XIX, entre burgueses, fábricas y estaciones de tren. En España, agosto se impuso más tarde, con el franquismo. Por decreto, por calor o por imitación.

Pero las vacaciones no son solo una conquista laboral. Son también un producto cultural. Un relato. La playa como paraíso, la carretera como aventura, el hotel como excepción. La promesa de otra vida. Sin madrugones, sin jefe, sin horario.

En la literatura, el descanso estival ha sido escenario de transformación. En Buenos días, tristeza (1954), Sagan sitúa en la Costa Azul el despertar emocional de su protagonista. El guardián entre el centeno (1951), de Salinger, se desarrolla justo tras la expulsión de Holden, en un limbo que roza las vacaciones forzadas y la deriva existencial.

En el cine, las vacaciones han dado lugar a un género propio. Cuenta conmigo (1986), cuatro niños en busca de un cadáver y de sí mismos. Dirty Dancing (1987), iniciación sentimental entre clases sociales. Tiburón (1975), la playa convertida en amenaza. Vacaciones en Roma (1953), fuga improvisada en Vespa. En España, Las bicicletas son para el verano (1977), donde el verano no es libertad, sino espera. Y Las verdes praderas (1979), el desencanto disfrazado de descanso: jardín, barbacoa, piscina, jaula.

También hay quien no se va. Quien no puede o no quiere. Ese quedarse -esa ciudad vacía, esa anulación del tiempo- tiene su poética. Cine. Lectura.

En Gasteiz, agosto transforma la ciudad. Persiana bajada, acera silenciosa, museo sin colas. Pero ese paréntesis es breve. Llega Celedón. Las fiestas de La Blanca enloquecen la ciudad. Luego Donosti. Después Bilbao. Agosto sigue siendo el mes del descanso social, sí. Pero también del exceso. De la exaltación colectiva. Entonces entendemos que ese caos festivo es también una forma de pausa.

Para muchas personas, las vacaciones son lo mejor del año. Nadie se queja de tener vacaciones. A nadie le molestan. ¿Y si fueran permanentes? ¿Y si no tuviéramos que volver? ¿Y si trabajar fuera lo raro y descansar la norma?Sería el paraíso. ¿O quizá no? Quizá lo valioso no sea el descanso. Sino su condición de intervalo. Porque el paraíso, si es eterno, también cansa. El descanso solo tiene sentido si hay algo de lo que descansar.