6.12.24

CONSTITUCIÓN

Hoy, viernes 6 de diciembre, se celebra el Día de la Constitución, ese documento que, desde 1978, se considera el marco fundamental del pacto social que nos debería incluir a todos.

Entre derechos, deberes y artículos legales, también encontramos en él un guiño al arte y la cultura, reconociéndolos como piezas clave para cualquier comunidad que aspire a algo más que sobrevivir: crecer, pensar y cuestionarse. Sin embargo, entre lo que se escribe y lo que se vive siempre hay un trecho, y en ese espacio residen las dudas sobre qué lugar ocupa realmente la cultura en nuestra sociedad.

El texto nos dice que “los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho”. Suena bien. Pero si bajamos de las palabras a los hechos, nos topamos con una realidad que a menudo trata a la cultura como un lujo, un espectáculo para consumir o un producto turístico. ¿Qué significa eso de garantizar el acceso a la cultura cuando las políticas culturales van a trompicones, dependiendo del presupuesto o del político de turno?

Otro de los artículos es el 20, que protege la libertad de expresión y, con ella, la creación artística. Parece un salvoconducto para que el arte incomode, provoque y nos saque de nuestras certezas. Pero la precariedad económica empuja a muchos creadores a autocensurarse, a buscar lo "seguro" antes que lo disruptivo. Y aunque no suele haber censura explícita, las normativas y sensibilidades políticas limitan, sutilmente, pero con eficacia, lo que puede o no puede decirse.

Luego está la descentralización, esa idea de que cada rincón del país debería tener sus propios focos culturales. Pero, en la práctica, mientras las grandes ciudades nadan en recursos, las áreas rurales o periféricas se quedan con lo que buenamente pueden sacar adelante. Es como si el acceso a la cultura dependiese de tu código postal, lo que no solo es injusto, sino que empobrece el panorama cultural general, apagando voces que podrían aportar diversidad y frescura.

Además, la cultura se ve a menudo como una herramienta utilitaria: sirve para atraer turistas, para fortalecer la marca-país, para decorar informes políticos. ¿Y su capacidad para construir una ciudadanía crítica? Eso queda relegado, porque pensar y cuestionar no siempre encajan bien con las narrativas oficiales o con los objetivos inmediatos de las administraciones.

Al final, el arte y la cultura necesitan mucho más que un par de menciones en la Constitución. Necesitan compromiso, inversión y una sociedad que entienda su valor más allá del entretenimiento. Tal vez hoy, en lugar de solo conmemorar el día, podríamos preguntarnos qué estamos haciendo para que esas palabras en el papel se conviertan en realidades: ¿qué estamos haciendo para que el arte y la cultura no solo existan, sino que tengan un impacto real en nuestra manera de interpretar el mundo?

Es una pregunta molesta, sí. Pero, como todo buen arte, las preguntas incómodas son las más valiosas
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