La reciente donación de 85 obras de arte por parte de la Fundación Juan Celaya a la Diputación Foral de Álava no solo ha servido para saldar una deuda de 4,3 millones de euros, sino que también ha generado reflexiones sobre el valor del arte como herramienta de memoria y patrimonio colectivo. Muchos de los cuadros —incluidas las piezas más destacadas de la colección— ya estaban en manos del Museo de Bellas Artes gracias a un convenio de 2018. Por ejemplo, el museo ya exhibía el Tríptico de la guerra de Aurelio Arteta antes de hacerse ahora con su plena propiedad. Esta obra monumental, aunque mucho menos conocida que el Guernica de Picasso, comparte con este la capacidad de narrar los horrores de la Guerra Civil Española.
El Tríptico de la guerra, valorado en 1,2 millones de euros, incluso ha llegado a exponerse en el Guggenheim como pieza coetánea al Guernica. Pintado en 1937 durante el exilio de Arteta en Biarritz, el tríptico se estructura en tres paneles: El frente, El éxodo y La retaguardia. Juntas, estas escenas construyen una crónica visual de la guerra. En El frente, un joven soldado observa impotente los aviones de combate surcando el cielo, mientras los cadáveres de sus camaradas yacen a su alrededor. El éxodo, el panel central, constituye el epicentro de la obra: una despedida en el puerto, donde los jóvenes parten hacia el frente, dejando a sus familias sumidas en la incertidumbre y el desconsuelo. Finalmente, La retaguardia nos traslada a los escombros de un bombardeo, mostrando a una madre y su hijo muertos, símbolos de la tragedia civil.
Esta obra ha sido comparada con el Guernica. Existe una anécdota según la cual Julián de Tellaeche, entonces director del Museo de Arte Moderno, propuso que el Tríptico de la guerra fuera el eje central del pabellón español en la Exposición Internacional de París de 1937, sustituyendo al Guernica. Si bien esta idea nunca cuajó, no cabe duda de que el impacto de la obra de Arteta era ampliamente reconocido en su tiempo.
Mientras que el Guernica de Picasso apuesta por la abstracción y la universalidad, apelando a lo simbólico, Arteta pone rostro y narrativa a las víctimas. En lugar de un grito abstracto, Arteta nos confronta con la cotidianeidad de la pérdida y el dolor, conectando con el espectador a un nivel visceral y personal.Pero ¿qué habría sucedido si el Tríptico de la guerra hubiera ocupado el lugar del Guernica en París? Probablemente habría sido recibido como un testimonio directo y humano de la devastación de la Guerra Civil, quizás más cercano a los espectadores por su carga narrativa. Sin embargo, es muy posible que no hubiera alcanzado la resonancia mundial del Guernica, cuya abstracción lo eleva a un símbolo atemporal contra la guerra. El Tríptico de la guerra habría sido un excelente embajador de la Guerra Civil, pero su voz no se habría extendido tan lejos ni habría logrado convertirse en el icono global que el Guernica representa hoy.