Hoy, día de San Prudencio -tradicional día gasteiztarra y un
gran símbolo de nuestra ciudad- defender a Celedona “versus” Celedón debería de
puntuar más. O quizá ofender más, dirán los más vitorianos recalcitrantes.
Porque, llegados a este punto de romper en mil pedazos una tradición babazorra,
¿por qué no defender una posible San Prudencia?, podrían preguntarnos los
conservadores que habitan entre nosotros. Pues porque San Prudencio existió. Y
no le vamos a cambiar de sexo a estas alturas. Pero Celedón es una invención, luego
no pasa nada por cambiarle, pongamos, cada setenta años su “polaridad sexual”.
Celedón es representación, como el arte. Y lo que sucede en el terreno de la
representación, en ella se queda. ¿Qué Celedón mito es y que por eso hay que
defenderlo de su extinción? Si fuera así, todavía estaríamos adorando al sol y
tirándonos piedras unos a otros. Los mitos y las tradiciones están bien cuando
nos sirven. Y cuando no, se transforman para adaptarse a nuestro pensar. Como
ha sucedido, por ejemplo, con costumbres festivas que pasaban por el asesinato
público de animales. Queda pendiente “la fiesta nacional”, la de los toros,
sanguinaria tradición que algún día dejará de serlo. Evolucionamos.
La polémica, en cualquier caso, está servida. Porque los
candentes temas de discusión siempre son los más simples. Si tendríamos que
discutir, por ejemplo, sobre si las inteligencias artificiales podrán resolver
los siete grandes problemas matemáticos cuya resolución se premia -dicho sea de
paso por si algún lector se anima a ello- con un millón de dólares, la disputa “implosionaría”,
es decir explotaría pero hacia dentro: pocos se animarían a dar su opinión
porque el asunto “se las trae”. Y se pilla antes a un ignorante que a un cojo.
Dirán también los tradicionalistas que no, que se debe decir “antes a un
mentiroso que a un cojo”. Habría que contestarles que uno cambia un dicho, o un
mito y el mundo sigue girando igual. O mejor.
La cuestión es que para discutir sobre es lítico trocar a Celedón
por Celedona no es necesario saber sumar dos más dos. Por eso todo el mundo
entra al trapo “celedónico”. Y así unos dirán que aunque Celedón sea encarnado
por una fémina no es necesario llamarla Celedona. Otros dirán que si a una
persona con sistema XY de determinación de sexo se le llama en masculino se
está cometiendo una atrocidad. Sería como llamar a Antonia a un tío con bigote.
Que ni tan mal, por cierto.
Menos mal que nuestro alcalde ha tomado cartas en el asunto:
reclama un debate sosegado. Admite, sí, que el proceso para nombrar a un nuevo
protagonista corresponde a la Comisión de Neskas y Blusas, pero que esta figura
“trasciende” a dicho colectivo pues es “un símbolo social”. ¿Tendremos consulta
popular, por lo tanto? ¿Votaremos? Lo suyo sería aprovechar el 28M para, urna aparte,
votar por Celedón o Celedona. Aunque quizá podríamos equivocarnos de
receptáculo y corramos el riesgo de acabar con un Celedón como alcalde. O
Celedona.