Un director de un importante centro cultural con sede en Kiev declaraba hace unos días “en la guerra no hay espacio para la cultura”. De cajón. La infraestructura en cuestión se está dedicando a atender a gente que huye del conflicto. Como la cultura en sí. Aunque, desgraciadamente, la guerra forma parte de nuestra cultura. Desde que el hombre es hombre y la mujer es mujer.
Decía un experto en esto de la “cultura sobre la guerra” que
en los últimos cinco mil años de historia, la humanidad solo has estado
novecientos años sin asesinarse
colectivamente entre sí. Ahora que mola decir que un proceso social o cultural
es participado y colectivo, como gran valor añadido, aquí, en la guerra,
tenemos el éxito de lo grupal.
Más de ocho mil tratados de paz se han firmado desde hace
cinco milenios. A partir de 1945 y hasta finales del siglo XX se disputaron
ciento cuarenta guerras con trece millones de muertos. ¿La guerra forma parte
entonces de nuestros genes sociales?
Otro experto, pero en este caso de “la cultura de la paz”, afirmaba que si
hacemos una suma histórica, el montante relativo a la paz es mayor que el de la
guerra. Que ésta, por lo tanto, es una excepción a aquella. Teniendo en cuenta
que para tildar a un conflicto armado como guerra, este tiene que arrojar un
saldo de al menos mil muertos al año. No sabemos quién ha establecido ese
baremo, pero suponemos que también algún experto.
Somos sobrevivientes, los humanos, de muy largo recorrido.
Hemos evolucionado: de tirarnos piedras a arrojarnos ojivas nucleares. Ojivas
que las naciones han fabricado y atesoran como su bien más preciado. Putin ya
nos hablaba el otro día de sus seis mil joyas destructivas, la mayoría de
ellas, eso sí, heredadas. Una cantidad nada despreciable si pensamos que en
todo el mundo hay un total de veinte mil. Si se detonaran todas a la vez, ¿qué
sucedería? Sobre ese asunto, hay disparidad de opiniones: algunos dicen que la
vida en el planeta, toda ella, se iría al garete y otros afirman que no. Una
controversia ésta que esperamos nunca tengamos que resolver.
Pero la pregunta es: ¿cómo el ser humano ha llegado a
desarrollar armas para una futura guerra que nadie podría ganar? Un guerra sin
vencedores, solo habría vencidos. Fin de nuestra cultura, de todo. Una estúpida
paradoja. Putin tiene seis mil bombas atómicas, pero, ¿quién fabricó la
primera? Pregunta retórica, pues a estas alturas todo el mundo sabe la
respuesta. Carrera armamentística, se llama a este “deporte” en el que los
países compiten entre sí para obtener las armas más letales. Unos toman medidas
y otros contramedidas. Después llegan las nuevas medidas como respuesta a las
contramedidas. Y así en un ciclo infinito. Ahora, hay que responder a Rusia.
Armarnos de nuevo. Llegados a este punto la pregunta pertinente ya no es si el
hombre es bueno por naturaleza sino si ser tonto le viene de serie.
Es curioso que la palabra “paz” en ruso se escriba y
pronuncie igual que la palabra “mundo”: МИР.