Dicen que la nostalgia es una incierta herramienta para establecer comparativas. Quizá debería, por lo tanto, existir una ciencia que estableciera un riguroso cotejo entre nuestro pasado y nuestro presente. Saber así en qué hemos progresado y en qué hemos decaído. Que hemos ganado y qué hemos perdido. Porque igual podríamos pensar en recuperar ciertos aspectos de nuestro pasado que nos parece fundamental traerlos al presente. Leíamos hace unos días que algunas especies animales utilizan la involución, en vez de la evolución, para sobrevivir volviendo hacia formas y funciones que había dejado atrás hace cientos o miles de años.
Lo que nadie puede negar es que vamos perdiendo diversidad
en las múltiples dimensiones sociales, políticas, sociológicas, culturales,
incluso económicas, que conocemos. Que en un mundo cada vez más globalizado,
los contrastes paisajes sociales y humanos paulatinamente se mitigan, es una
realidad. Y así, las grandes ciudades del mundo se asemejan, poco a poco, cada
vez más. Y lo mismo sucede con las personas que las habitan. Ya no buscamos
marcar la diferencia, sólo marcar el matiz que nos separa del resto de la
humanidad. Ser muy diferente significa separarse del rebaño humano al que
pertenecemos. Quizá ser señalado por los otros, tachado de loco o excéntrico.
Nuestro modo de vivir, de vestir, de hablar no puede ser muy diferente al de
los demás. Deberíamos pensar, reflexionar, sobre por qué esto es así. Por qué
nos cuesta tanto salir movidos en esa enorme y congelada fotografía que
conforma toda la humanidad. O quizá no nos lo planteamos porque entendemos que
esa uniformidad es buena para nosotros, concibiendo “buena”, en la línea de lo
que ciertas filosofías han apuntado “lo que es positivo para el ser humano, es
bueno”.
En los paisajes humanos pasados nos encontrábamos con
bastantes más personas que en la actualidad que destacaban del resto por pensar
y actuar de manera diferente. Les llamábamos –y seguimos haciéndolo-
“personajes”. Quizá porque les veíamos como individuos que podrían haber
formado parte del argumento de una película o de una novela. Uno de ellos era
el alavés Julio Arbosa, nacido en Murgia justo cuando acabó la Guerra Civil y
fallecido hace ya tres lustros.