Aunque vivimos sumergidos en el mundo digital, el tangible es difícil de sustituir. Tocar, oler, degustar… son sensaciones aún no asimiladas por la virtualidad que nos ofrecen las nuevas tecnologías. Es verdad que lo visual y lo auditivo se asoman a nuestras pantallas a diario y de manera casi ininterrumpida. Hace apenas un par de décadas teníamos que sentarnos delante de una televisión, o al frente de nuestro equipo musical para que la “ventana” visual o auditiva se abriera ante nosotros durante el periodo de tiempo que considerásemos oportuno. Elegíamos el momento. Nos preparábamos para él. Al rato, después de disfrutarlo, pulsábamos el botón de apagado. Ahora, cada escasos minutos, vemos, oímos, leemos, algo en nuestros dispositivos móviles. Y no pulsamos el “off” nunca. Quizá llegue el día en el que podamos degustar, oler o tocar, lo que alguien nos haga llegar a través de algún sistema aún por comercializar, pero todavía estamos lejos de esa coyuntura. O quizá no.
Pero los matices son importantes. No es lo mismo oír una
composición musical en nuestro móvil que escucharla delante de una orquesta. Lo
mismo sucede con la danza o el teatro. O con el arte. El contacto directo con
una manifestación artística se asemeja a un viaje: la vives como una experiencia
en la que todos nuestros sentidos realizan su trabajo. Nuestro sistema
sensorial estimula la actividad cerebral, esa es la realidad. Por lo tanto, si
nuestros cinco sentidos trabajan conjunta e intensamente la experiencia vida será
mucho más honda y dejará un poso en nosotros mucho más indeleble.
Contemplar, por ejemplo, “Las meninas” en nuestra pantalla
favorita no es comparable a acudir al museo del Prado para vislumbrar dicha
obra de Velázquez. Por eso los museos siguen siendo necesarios. O las
exposiciones de arte. Pero no es necesario irse muy lejos para disfrutar de
ellas. Aquí mismo, en nuestra ciudad, podemos acudir a diversos espacios en los
que podemos “degustar” múltiples obras de arte.
Ayer mismo, en el nuevo espacio cultural de Zas Kultur
situado en la plaza de San Antón, se inauguraba una muestra del artista
afincado en Gasteiz Gustavo Adolfo Almarcha. Se inauguraba pero también se
clausuraba pues se trataba de una muestra efímera: de solo dos horas de
duración. Dicen que lo breve, dos veces bueno es. Quizá sea así porque cuando
algo caduca rápido nuestros sentidos trabajan al máximo para poder aprehenderlo.
Como cuando contemplamos un eclipse. O una amanecer. Y el próximo jueves se
volverá a repetir la efímera muestra que contará con las mismas obras pero
dispuestas de otra manera. No se trata de un formato expositivo novedoso: a una
muestra fugaz se le llama “Pop-up”. Es
decir: se le llama como a una “ventana emergente” que se abre y cierra en un
navegador web o en la pantalla de nuestro ordenador. Aunque obviamente y como
ya hemos apuntado, no es lo mismo que esa ventana se despliegue en el mundo
tangible, como es el caso de esta exposición, que en el virtual.