Según el “ilustrado” Google, el noventa por ciento de la población del “primer mundo” (si damos por hecho que existen varios escalonados mundos en éste que todos ocupamos…) utiliza actualmente las llamadas “redes sociales”. De todos ellos, el 99 por ciento accede a aquellas desde su móvil. Por lo tanto es de cajón inferir que el uso de los teléfonos móviles ha democratizado también el acceso a internet y con ello a las redes sociales. Dos horas y veintidós minutos diarios es la media de uso de éstas por persona. Que se quedan en nada si las comparamos con el uso que hacen los adictos al móvil: los nomofóbicos.
La nomofobia (“no-mobile-phone phobia”), para que el no lo
sepa, consiste en sufrir ansiedad al estar sin teléfono móvil. Dicen que se trata
de un trastorno que sufre, sin saberlo, la mitad de la población. Por lo tanto,
no deja de ser la gran epidemia del siglo XXI. La adicción a las redes sociales
y a los dispositivos electrónicos es, según cuentan, muy real. Aunque no
debemos olvidarnos de que las fobias y las adicciones no dejan de ser una
manifestación de nuestros conflictos internos. Es decir: si no estaríamos
enganchados al nuestro teléfono móvil quizá estaríamos en el bar de abajo dando
de comer a la máquina tragaperras.
Detrás de una adicción está el placer que ésta nos provoca.
Si somos adictos a las redes sociales será, por lo tanto, porque su uso nos
causa goce. Un científico aseguraba que cuando empleamos las redes sociales, el
cerebro produce oxitocina (llamada en ocasiones hormona del cariño o la
felicidad) en las mismas cantidades que se producen con las caricias. De esta
forma, "utilizar redes sociales produce placer", según el estudio
realizado por dicho experto. Si tomamos por válida esta tesis, podríamos
concluir que las redes sociales no dejan de ser un sustituto del amor o de la
amistad. Lo que nos llevaría también a concluir que si alguien está mucho
tiempo al lado de su pareja o de sus amigos es porque también sufre una
adicción. Finalmente, y para cerrar este silogismo, podríamos concluir -jugando
a ser psicólogos- que el buen uso de las cosas que nos rodean pasa por
dedicarles el tiempo necesario para disfrutar de ellas. Pero sin volvemos
dependientes. El “término medio”, que tanto defendía Sócrates.
Pero cambiemos de tercio, que esta columna es cultural. Así
que rematémosla con un desenlace artístico: ¿Existe una adicción a la cultura o
al arte? Suponemos que algunos coleccionistas podrían ser considerados adictos.
Pero no nos consta que exista un término que ponga nombre a tal patología. Y si
la palabra no existe, posiblemente esta artística adicción es inexistente.
“Arteterapia”, en cambio, existe como término: el uso del
arte como herramienta terapéutica para el tratamiento de patologías asociadas a
la salud. Es decir: pintando, dibujando… podemos curarnos de la “nomofolia” y
del resto de las adicciones de las que hemos hablado en estas líneas. Tomemos
nota de ello. Sale a cuenta.