13.3.20

DE FÁBULA

Todos hemos escuchado en ocasiones alguna fábula. Quizá, la primera, de boca de nuestros abuelos, padres…  cuando de críos, con el fin de entretenernos pero también de educarnos, nos relataban, por ejemplo, La cigarra y la hormiga. Fábula con la que aprendíamos la importancia del trabajo: recordemos cómo la labor incesante de la hormiga se ve recompensada con la supervivencia y la despreocupación de la cigarra, en cambio, la paga ésta con su vida. Las fábulas son, desde tiempos ancestrales, fieles compañeras de viaje del ser humano. Conforman un género literario que encierra siempre una clara enseñanza: la moraleja. Incluso en la mayoría de las ocasiones la fábula finaliza con la narración de dicha lección moral.  Gran parte de las fábulas han sido escritas a lo largo de los tiempos por filósofos o escritores. Pese a su brevedad y su relativa sencillez formal, las fábulas han disfrutado de una popularidad mantenida a lo largo del tiempo, midiéndose sin complejos con cualquier otro género literario. La que hemos puesto de ejemplo fue escrita por Esopo, más tarde recreada por Jean de La Fontaine y, finalmente, por Félix María Samaniego.

En las fábulas casi siempre aparecen animales que representan características humanas pues éstos hablan y se mueven como nosotros. En ocasiones la fábula se escribe en forma de rima, para darle más sonoridad. Como El burro flautista, escrita por Tomás de Iriarte: “En la flauta el aire se hubo de colar, y sonó la flauta por casualidad”.

La fábula, en cualquier caso, es un género muy abandonado por los escritores y lectores actuales. Aunque podemos recordar, por ejemplo, las recientes Fábulas feministas de la destacada  poeta y fabulista india Suniti Namjoshi. Una lástima que en esta confusa época actual que vivimos en las que nos hundimos en las arenas movedizas del exceso de información nuestra concisa compañera de viaje, la fábula, haya pasado al olvido. Ojalá se asomara alguna de vez en cuando a las portadas de los periódicos para ayudarnos a superar ciertas crisis. De ser así, podríamos recomendar para estos días la fábula de origen árabe El rey y la peste.

“Un rey árabe atravesaba el desierto cuando de pronto se encontró con la peste. El rey se extrañó de encontrarla en aquel lugar:

– Detente, peste, ¿a dónde vas tan deprisa?

– Voy a Bagdad- respondió entonces ella- Pienso llevarme unas cinco mil vidas con mi guadaña.

Unos días después, el rey volvió a encontrarse en el desierto con la peste, que regresaba de la ciudad. El rey estaba muy enfadado, y dijo a la peste:

– ¡Me mentiste! ¡Dijiste que te llevarías a cinco mil personas y murieron cincuenta mil!

– Yo no te mentí- dijo entonces la peste– Yo sesgué cinco mil vidas… y fue el miedo quien mató al resto.

Moraleja: ‘El miedo puede ser más destructivo incluso que aquello que nos asusta’”