“Me retiré del teatro porque los espectadores me
molestaban.”, explicaba en una ocasión el actor, director, guionista y escritor
Fernando Fernán Gómez con motivo de haber abandonado paulatinamente ese arte
escénico y haberse volcado más en el mundo del cine. Dicen que a Fernán Gómez
lo que le hastiaba no era el teatro en sí, sino más bien el mundo, el contexto,
que conformaba este arte. La repetición diaria de los papeles en los que
participaba y un público que hablaba, tosía o se revolvía en los asientos, eran
molestias que, declaraba, se le hacían insoportables. Dicen también que la gota
que colmó el vaso de su paciencia se vertió durante una representación de “El
alcalde de Zalamea” allá por 1991 que iba sobrecargada de gritos escolares, Quizá
si Fernando Fernán Gómez hubiera optado, por una pate, por integrar al público
en sus obras, de interactuar con él, las molestias no hubieran sido tales. Y si
en vez de repetir hasta lo indecible el libreto de turno hubiera optado por la
improvisación, el incordio podría haber sido sustituido por el placer.
Frente a otras artes, las escénicas aportan un valor que
aquellas no tienen: el contacto directo con el público. Y así, sin público el
teatro no existiría. Obviamente, en el caso mencionado de Fernán Gómez, el cine
o la televisión eran medios en los que se encontraba más cómodo pues respondían
a una concepción más afín a sus preferencias: inexistencia de público en
directo y anulación de la repetición de un papel dramático.
La singularidad del teatro estriba, por lo tanto, en que
para el público es una actividad vivencial: están presentes en el momento en
que la obra tiene lugar. Potenciar esta singularidad, integrando a aquel en
ésta es una posibilidad que todo actor o director de teatro puede aprovechar a
su favor. Es entender correctamente este medio. Y, por otra parte, es regresar
a los orígenes de este arte, a los tiempos de las culturas arcaicas cuando las
comunidades humanas rendían un culto escenificado al sol, a la tierra, al fuego,
al agua, a los animales… a través de danzas, rito o ceremonias abiertas en las
que se utilizaban el cuerpo y la voz.
Ayer en el espacio cultural alternativo Zas Espazioa,
situado en el epicentro de la Almendra vitoriana, tenía lugar una creación
escenográfica colectiva y experimental de manos de Zanguango Teatro y titulada
“Al otro lado”. Sobre un telón movible, con ruedas, y a pie de calle los
actores improvisaban sus actuaciones e invitaban a los viandantes a formar
parte de la creación. Una buena ocasión para conectar con una experiencia de
teatro participativo, de “fricción”, que busca romper el espacio escénico
tradicional pero que no deja de ser “teatro de calle”, “teatro en la calle” o
también “teatro ambulante”. Hay, por lo tanto, un claro objetivo de llegar de
manera sorpresiva, quizá a bocajarro, a un público que no frecuenta los
teatros. Un teatro que se integra en nuestras vidas y para el que no
necesitamos pagar entrada.