En todas las culturas nos encontramos con las procesiones
como manifestaciones simbólicas públicas conectadas con algún rito. Las
procesiones paganas eran muy populares y concurridas en la antigüedad. En
Atenas, se celebraban hasta cinco anuales. Pero, sin duda, una de las
procesiones más famosas de la historia era el “triunfo romano”. En ella se
fundían cierta simbología religiosa, buenas dosis de propaganda política e
intensos ritos con los cuales el pueblo entraba en catarsis. Cuando un
magistrado romano obtenía una gran victoria militar, se celebraba dicha
procesión. Pero también los romanos organizaban alocadas procesiones en las que
los participantes se disfrazaban con máscaras para encarnar a los genios de la
Tierra o la fecundidad. Algunas de éstas fueron prohibidas por el Senado
Romano, como sucedió con las Bacanales, pero la ciudadanía romana siguió
celebrándolas casi hasta el fin del Imperio Romano.
Como siempre ante lo pagano, la Iglesia Católica actuó con
astucia y en vez de eliminar las procesiones lo que hizo fue apropiárselas,
reconvirtiéndolas en un instrumento de difusión de su doctrina. La idea era
convertir las calles de las ciudades en iglesias. En la Semana Santa, además,
se da un propósito penitencial: los penitentes procesionan para purgar
públicamente sus pecados. En la procesión del Cristo Negro de Portobelo
(Panamá), por ejemplo, los penitentes se arrastran de rodillas -que acaban
ensangrentadas- mientras sus seres queridos vierten ardiente cera de velas
sobre ellos. Y aquí abro un pequeño paréntesis: algo así deberíamos importar
por estos lares para dar la oportunidad a los 1.378 políticos imputados por
corrupción en nuestro país de limpiar sus pecados. Como el partido que nos
gobierna es muy del gusto de las procesiones católicas, quizá esta idea no
caiga en saco roto. Un partido que ha prohibido año tras año a asociaciones de
ateos que celebren en Madrid procesión atea alguna. La delegación del Gobierno
de Madrid siempre alega lo mismo: “este acto, en esas fechas y lugares,
supone "una real y no potencial vulneración del orden público, con
peligro real para la integridad física de las personas o de bienes
públicos o privados". Queda claro que entienden que los ateos no son de
fiar y que la van a liar. En cambio a los católicos se les presupone civismo y
tolerancia.
En Gasteiz se organizaron varias procesiones ateas en clave
de humor. En ninguna ciudad española se había visto algo similar. La primera
tuvo lugar en 1984: tras una asamblea de Hala Bedi, medio centenar de asistentes
hicieron cruces de madera invertidas y carteles con el lema “Yo soy ateo y poteo”.
Un año después la polémica llegó con un cartel en el que la virgen aparecía
practicando una felación a Cristo Crucificado. En 1987 la procesión fue
prohibida por la Delegación del Gobierno. Pero estas manifestaciones ateas se
sucedieron hasta finales de los 80. En alguna ocasión se llegó a sacar en
procesión a San Mangarrán.