Ya hemos hablado en estas líneas -y en más de una ocasión,
lo reconocemos- de la irreverente
revista de cómic de humor llamada TMEO. Pero la susodicha se merece por méritos
propios que de vez en cuando perseveremos en la reiteración. Pues TMEO es una
publicación con sede en nuestra ciudad que este año cumple la friolera de 31
años de andadura. Una revista sin director, asamblearia. “Sin censura ni
corrector”, como anunciaban en las portadas de sus primeros números. TMEO es,
por lo tanto, una “rara avis”, una publicación singular, única, en el panorama
del cómic estatal. Es la revista de tebeos con más solera del Estado. Y,
además, máxima abanderada de la libertad de expresión en estos duros tiempos
que corren para este derecho humano fundamental. Un derecho, recordemos, nacido
en tiempos de la ilustración que fue pilar de la revolución francesa y que por
el que, para defenderlo en su día, se luchó y se murió. Un derecho que, hoy, entre
una ciudadanía molesta por cualquier comentario que les roce la piel -y que
ejercita su mobbing contra cualquiera que se exprese libremente a través de las
redes sociales- más un Estado que aplasta cualquier posible disidencia están, a
dúo, ahora mismo hiriendo de muerte a la libertad de expresión. Pero todavía
quedan pequeñas islas, como TMEO, que contra viento y marea navegan, más bien
surfean, en este mar del pensamiento político y socialmente correcto en el que
nos estamos ahogando. Deberíamos ser conscientes de que cada vez que lapidamos
en las redes a alguien que ha opinado algo que nos ha molestado, estamos
menoscabando el derecho de libre expresión, que no deja de ser nuestra
abstracta propiedad. Por lo tanto, herimos así a algo nuestro o, lo que es lo
mismo, nos herimos a nosotros mismos. A
nuestra propia autonomía para poder decir lo que queramos. Limitar a los demás,
nos limita, en resumen.
Dejemos, por lo tanto, de tener ya la piel tan fina. Si algo
nos molesta, “ajo y agua”, como dice el dicho. De verdad: nadie se muere por
sentirse molesto por una opinión. No nos ocasiona ningún perjuicio. La molestia
es como un dolor de pies cuando te calzas zapatos nuevos: el dolor se acaba
yendo al quitártelos.
Pero al grano, que es gerundio. ¿Cómo ha conseguido el TMEO
ser abanderado de la libertad de expresión? De una manera muy sencilla: no
queriendo ser un negocio. Los medios de comunicación viven, sobre todo, de la
publicidad. Y, por lo tanto, se deben a la publicidad. En el TMEO no se
anuncian ni la banca, ni partidos políticos, grandes empresas… Sólo pequeños
anunciantes: bares y comercios, principalmente. Algunos llevan 31 años
anunciándose. Por otra parte, el TMEO tiene un público fiel. No muy numeroso,
pero fiel. Que pagan cuatro euros cada dos meses por comprar la publicación.
Con el dinero recaudado la revista puede pagar la imprenta y los gastos de
distribución. Pero no a los dibujantes que son los “dueños” de la revista. Ese
es el precio de la libertad.