El mundo de la cultura se viene abajo. Ayer mismo, por
ejemplo, recibía un mail de un grupo de teatro -con sede en Vitoria- que bajaba
la persiana. Obviamente la gente no paga ya por ir al teatro. Y las
instituciones públicas menguan su oferta cultural. Constatándose que éstas no
han hecho bien su trabajo durante años de bonanza. Pues han acostumbrado al
público a acceder a la cultura de una manera gratuita. O casi. Sin pasar por
taquilla. Se ha promocionado la cultura de lo “gratis”. Desde luego, no han
conseguido inculcar en la sociedad un gusto, amor, por la cultura. Y, sobre
todo, por la cultura próxima, cercana. Más bien lo que han promovido es el
acceso gratuito al espectáculo. A los fuegos artificiales. Así que el público
entiende que ahora la fiesta se ha acabado. “Estamos en crisis y no quiero
acudir a fiestas de pago”, piensan.
Y ahora sin apoyo público -ni privado porque nadie lo ha
incentivado- vemos como ese sustrato cultural del que estábamos en el “primer
mundo” tan orgullosos desaparece bajo nuestros pies. Y las miles de personas en
este país que reciben un salario público por su trabajo en este ámbito, ¿qué
hacen? Parece ser que lo único que les preocupa son los recortes
presupuestarios que sufren sus departamentos, museos. Pero “la tijera” por ahora,
sólo se abate sobre las actividades que programan, en primer lugar. Y, después,
sobre todas esas empresas externas que trabajan para ellos: fotógrafos,
diseñadores, montadores de exposiciones… La consigna es clara: “hacer más con
menos”. Lo que supone rebajar las honorarios de las personas con las que dichas
infraestructuras trabajan: artistas, fundamentalmente. Y así la crisis se está
cebando sobre esos trabajadores de la cultura que no ocupan despacho en una
institución pública. Obviamente los recortes deberían dividirse proporcionalmente.
Se deberían de adelgazar los salarios de los altos y medios cargos de la
cultura pública. Se debería así intentar hacer sostenible el ecosistema
cultural. ¿Cuál es el salario de un director de museo? ¿Cuatro mil, cinco mil
euros al mes? ¿Y de un subdirector? ¿Y del jefe de departamento de prensa? ¿Y
de el de marketing? ¿Y del responsable de didáctica? ¿Y del director de la
biblioteca del museo? ¿Y el director económico? Los trabajadores públicos de la
cultura deberían solidarizarse con ese mundo de la cultura externo al ámbito
institucional. Pues últimamente me llegan mails de bajadas de persianas de
empresas, asociaciones culturales, grupos de teatro, danza… pero no me llegan
mails de restructuraciones de plantillas institucionales. ¿Por qué no trabajan para
reclamar públicamente una ley de mecenazgo eficaz que anime a empresas,
ciudadanos a invertir dinero en cultura? Sin una buena ley -ya que desde lo público no
parece que se haga nada- estamos, hablando en plata, bien jodidos. Hay que apostar
por reanimar el mecenazgo privado. Un mecenazgo que se fue debilitando según iba
ocupando el público su lugar en épocas de bonanza.
