21.3.25

CALIDAD

La calidad en el arte es un terreno incierto. No hay fórmulas seguras que la garanticen. Sin embargo, todos hemos sentido la certeza de estar frente a algo valioso, algo que nos interpela o desafía. ¿Cómo se distingue una obra de calidad de otra que solo cumple su función?

El mercado cultural no es un indicador fiable. Un bestseller puede ser irrelevante y una película taquillera, olvidable. También ocurre lo contrario: hay obras maestras que nunca fueron reconocidas en su tiempo. Si la calidad no depende del número de espectadores ni de las ventas, ¿en qué consiste? Una pista posible está en su capacidad de resistencia: lo que sigue generando diálogo y relecturas. Pero la permanencia tampoco es suficiente. Hay modas que se estiran artificialmente, mientras que otras obras clave fueron redescubiertas siglos después.

El juicio sobre la calidad del arte tampoco puede ser solo individual. La idea de que “para gustos están los colores” es demasiado cómoda. No todo vale. Un buen libro no es solo una historia atractiva, sino que está narrado con una voz singular que nos hace ver el mundo desde otro ángulo. Una buena película no es solo entretenimiento: es la unión entre guion, puesta en escena, dirección y montaje, funcionando con precisión.

El valor de una obra está en su capacidad de comunicar algo que no sabíamos que necesitábamos oír. No es solo una cuestión técnica: hay obras impecables que son meros ejercicios de habilidad y, en cambio, hay otras formalmente imperfectas que poseen una fuerza innegable. La calidad tiene más que ver con la profundidad de la exploración y la honestidad del proceso. Un artista que se acomoda en los clichés puede lograr éxito, pero no creará algo que importe con el tiempo.

Aquí entra otra dimensión: la del riesgo. La calidad muchas veces implica una toma de posición, una incomodidad. Un libro que desafía su forma, una película que subvierte expectativas, una pintura que no busca agradar, sino interpelar. Lo que no corre riesgos se desgasta rápido. El arte que solo se ajusta a lo esperado no es capaz de abrir una grieta en nuestra percepción.

Por supuesto, la calidad tampoco se impone por decreto. No basta con que una élite lo decida. Pero tampoco puede reducirse a lo que el público consume en masa. La educación del gusto es un proceso, y a veces lo más valioso no es lo que se digiere de inmediato, sino lo que nos exige un esfuerzo. Una obra de calidad no se agota en la primera mirada: vuelve, resuena, crece con el tiempo.

Podemos disfrutar de una película entretenida, pero si tiene calidad, el disfrute se amplía. Por eso es importante educar el gusto, aprender a distinguir los buenos platos.

No hay una sola respuesta sobre qué define la calidad, pero sí algunas señales: la originalidad, la intensidad de su enfoque, el modo en que resiste el tiempo y su capacidad para generar nuevas preguntas. Lo importante no es si una obra vende mucho o poco, sino si deja huella, si expande lo posible. Y eso no abunda.