En un mundo donde la tecnología avanza como cual gigantesco titán, la preocupación por el trueque de trabajos humanos por una inteligencia artificial, es entendible. ¿Qué sucederá con los artistas cuando las máquinas sean capaces de generar obras literarias, pictóricas o musicales de manera autónoma? El escritor Philip K. Dick se preguntaba hace décadas “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, pero, ahora, la pregunta es si sueñan con ocupar nuestros puestos de trabajos incluyendo los creativos,
La idea de que una máquina pueda emular la creatividad humana hasta el punto de suplantarla es tan intrigante como aterradora. Hasta el momento, las inteligencias artificiales (IAs) lo que están haciendo es recopilar toda la cultura realizada por humanos para realizar su coctel y presentarnos ese “combinado” para que nos lo bebamos paladeando ese sabor que nos recuerda a otros sabores. No es de extrañar que muchos creadores pongan el grito en el cielo pues realmente las IAs se alimentan de sus trabajos. ¿Deberían pagar éstas derechos de autor? El debate, ahí está, sobre la mesa,
Sin embargo, debemos reconocer que las IA también tienen su “aquel”, pues tienen el potencial de enriquecer nuestra comprensión de la cultura. En el caso de "La francesa Laura", la colaboración entre investigadores y tecnología permitió identificar y atribuir la obra a Lope de Vega, uno de los más grandes dramaturgos del Siglo de Oro español.
La herramienta de IA utilizada en el caso del escritor español, llamada Transkribus, puede también transcribir textos antiguos con mucha precisión. Esto ayuda a los investigadores a trabajar más rápido y facilita la interpretación de manuscritos históricos. Gracias a esta tecnología, podemos acceder a una gran cantidad de documentos antiguos que de otra manera serían difíciles de entender. Además, los algoritmos de machine learning nos ayudan a identificar quién escribió cada obra y cuál es su estilo. Por ejemplo, podemos descubrir quién escribió muchos manuscritos medievales que guardaban textos griegos y romanos, pero cuyos autores desconocemos.
Por supuesto, el papel de la IA en el ámbito cultural plantea preguntas éticas importantes. ¿Deberíamos temer la creación de obras de arte por parte de máquinas, o deberíamos verlo como una forma de expandir nuestro horizonte creativo? ¿Cuál es el verdadero valor de una obra de arte: ¿la habilidad técnica y la originalidad humana, o el impacto emocional que genera en el espectador?
A pesar de estas incertidumbres, no podemos negar el potencial de la IA en el campo cultural. Al utilizar herramientas tecnológicas avanzadas, los investigadores pueden desentrañar misterios que antes parecían insuperables, como la autoría de obras anónimas o la atribución de fragmentos a escritores específicos. Este matrimonio entre arte y tecnología puede abrir nuevas puertas en la apreciación del vasto y diverso panorama cultural de la humanidad. Pero esperemos que no cierre otras muchas.