En la carrera por obtener reconocimiento y destacar, algunas comunidades están dispuestas a gastar cantidades astronómicas de dinero en “carretas”, valga la redundancia, fugaces, como e reciente “Tour de Francia”. Parecen creer que al atraer eventos famosos podrán posicionarse en el mapa y convertirse en destinos turísticos de renombre mundial. Sin embargo, el reciente caso del Gobierno Vasco invirtiendo la asombrosa cifra de 12 millones de euros para que el Tour francés pasara por el País Vasco pone en evidencia el absurdo de esta mentalidad. El Gobierno Vasco justificaba esta inversión millonaria argumentando que generaría beneficios económicos por valor de 100 millones de euros para Euskadi. Parece que vivimos en una época en la que la apariencia y la fama momentánea son más valoradas que la sustancia y el bienestar real de la sociedad. Las autoridades locales parecen obsesionadas con la idea de "ponernos en el mapa" y de estar en boca de todos. El Tour de Francia, sin lugar a dudas, es una competición afamada pero, ¿qué mérito tiene para una comunidad el simple hecho de que unos deportistas pasen fugazmente por sus calles? Parece ser que obtener momentáneamente un punto en el “GPS mundial” cuesta a los vascos 12 millones de euros. Es decir: a seis euros por cabeza pagados a “escote”.
La lógica detrás de estas pretendidas inversiones se
desmorona rápidamente cuando examinamos los beneficios reales que se obtienen.
¿Cuántos turistas realmente visitarán el País Vasco solo porque el Tour de
Francia haya pasado por él? ¿Cuántos de esos visitantes gastarán lo suficiente
como para compensar ese gasto? La respuesta a estas preguntas es incierta, y
parecen ser más una cuestión de fe que una evaluación realista.
Además, ¿qué mensaje enviamos a la sociedad cuando gastamos sumas desorbitadas en eventos fugaces mientras recortamos presupuestos en áreas vitales como la educación, la cultura o la sanidad? Parece que nuestros líderes están más preocupados por aparecer en la foto perfecta que por el bienestar real de la sociedad a la que se supone que deben servir.
Es hora de repensar nuestras prioridades y enfocar los
recursos en áreas que realmente importan. En lugar de buscar reconocimiento
efímeros, deberíamos invertir en proyectos que mejoren la calidad de vida de
nuestros ciudadanos a largo plazo. La verdadera grandeza de una comunidad no
estriba en su capacidad para organizar eventos llamativos, sino en su capacidad
para brindar educación, cultura y sanidad de calidad, y oportunidades de
desarrollo sostenible.
Hay que priorizar lo que realmente importa. El
reconocimiento no se compra con dinero, sino que se obtiene con acciones
significativas a largo plazo, que obviamente cuesta planificar. Se requiere de
inteligencia. En lugar de gastar millones en eventos efímeros, debemos invertir
en el futuro de nuestras comunidades y en el bienestar de quienes las habitan.
Esa es la verdadera forma de destacar y dejar una herencia duradera.