7.4.23

VIAJAR

El calendario laboral está salpicado de sugestivos regalos para nosotros: los días señalados en rojo, los festivos. Más allá del domingo, que es día de fiesta en la mayor parte de los países del mundo, el sábado, en los que funcionan bajo la órbita judía o el viernes para los islámicos, los días “no  hábiles” se prodigan en todas partes del mundo. Días para el ocio, para descansar, desconectar, hacer turismo o viajar. ¿A quién no le gusta disponer de varios días de asueto? A no ser que seas un adicto al trabajo, como dice el dicho: “a nadie le amarga un dulce”.

La manera en la que planificamos, abordamos, nuestros días de vacaciones, dice mucho de nosotros mismos. Aunque sólo en parte. Porque una cuestión es lo que se queremos hacer y otra bien distinta lo que podemos realmente hacer. Una palmaria verdad que hemos ido aprendiendo a lo largo de la vida, que es nuestra gran maestra. Diferenciar el “querer” y el “poder”, es el gran paso que damos cuando abandonamos la niñez para mutar en persona adulta. Nadie puede ser “Peter Pan” para siempre. Porque podemos soñar con visitar una blanca isla de coral salpicada de palmeras y contorneada por azules aguas. O fantasear con perdernos en aldeas de exóticos países zambulléndonos en su extrañas, para nosotros, culturas. Pero la realidad es que nuestro bolsillo, nuestra cartera, nuestra “Visa”, no nos siguen “el rollo”.

¿Se necesita dinero para viajar? Si buscas la comodidad, es evidente. Pero, si no, uno puede engrasar bien su bicicleta, cargar mochila y saco de dormir… y a recorrer mundo.

Aunque también conocemos personas a lo que no les gusta viajar. Quizá les estrese el ajetreo de los desplazamientos en coche, tren, barco o avión. O echen en falta las comodidades de su hogar. Porque, ¿en qué cama se duerme mejor que en la uno de toda la vida? Ahí tenemos al filósofo Kant que nunca salió de su ciudad natal. Immanuel Kant: la razón y la rutina personificadas, dicen. O quizá se equivoquen y Kant fuera en realidad un gran viajero que se movía sin parar en el infinito universo que era su propio pensamiento.

Es posible viajar sin movernos de casa. Podemos, por fin, leer ese libro que tenemos por ahí abandonado desde hace meses. Podemos ver esa película que nos ha recomendado algún amigo. O dedicarnos a dibujar, pintar, tocar un instrumento... O jugar con nuestro gato o perro. La materia prima fundamental ahí la tenemos y no es el dinero, sino el tiempo.

O podemos simplemente no hacer nada. Podemos vaguear. Que las horas emigren sin que miremos nuestro reloj. Contemplar las musarañas. Algo, que por ahora no es delito, pero sí un vicio.

También podemos poner un pie delante de otro y perdernos por nuestra propia ciudad sin prisa. Pararnos a tomar un café en un establecimiento nuevo para nosotros. Ser turistas sin abandonar nuestro hábitat cotidiano. Hacer algo que nunca hemos hecho. Llevar, por lo tanto, el sentimiento de viajar como maleta que, en sí, es más valioso que el propio viaje.