Gasteiz parece estar siempre bajo una hereditaria maldición relacionada con los equipamientos de arte y cultura. Con los pasados, presentes y futuros. Ya hemos hablado en alguna ocasión del largo culebrón del frustrado auditorio, o del desastre de ese espacio “polifuncional” -como anuncia nuestro Ayuntamiento- que iba a ser el Iradier Arena y que de “funcional” tiene poco y de “poli”, menos. Recordemos el deficiente sonido desplegado en el Festival de Jazz del pasado año que se desarrolló ahí por el empeño de nuestras instituciones locales. Este año, regresa a su lugar habitual: Mendizorrotza. Menos mal. Aunque tampoco este parcheado espacio sea el más idóneo para acoger un festival musical. Pero “cuando no hay más… contigo Tomás”.
Y estos días hemos leído que, después de siete años mareando
la perdiz, el teatro Principal será por fin remodelado. No tenemos muy claro si
para bien o para mal. Podríamos afirmar que “para regular”. Atrás quedan otros
proyectos más ambiciosos, como el que hablaba de sumar el edificio Ópera al
recinto actual del teatro. Pero parece ser que con la coartada de que hay que
respetar el edificio histórico, nuestras instituciones van a actuar con cobardía,
cuestión ésta que sale barata a corto plazo pero cara a medio y largo plazo. El
estudio previo de nuestra Diputación
-que es una de las instituciones propietarias del teatro, junto al
Consistorio y el Gobierno Vasco, recordemos- aconsejaba tocar poca cosa. Un
estudio, sorpresivamente, realizado por un arqueólogo. Y que no era vinculante.
Una lástima que para estas cuestiones no se hable con el Colegio de Arquitectos
que sabe dónde es “principal” no intervenir y dónde es “principal” ser valiente.
En el caso del Principal, obviamente siendo un teatro a la italiana que sigue los
cánones fundados por el Teatro Farnese –Parma, 1618- habría que respetar su
esquema básico protegido por las normativas: el escenario, el foso, la platea y
anfiteatros y palcos a distintos niveles. Y centrarse después en resolver los
problemas y superar las limitaciones de uso con las que cuenta actualmente
nuestro teatro. Algunos, difíciles de resolver. Como puede ser la problemática
que acarrea su céntrica ubicación que limita, en ocasiones, la entrada de
vehículos pesados que tienen que cargar y descargar escenografías y materiales
y, en otras, su maniobralidad. Como el
traslado a un descampado piedra a piedra de lo que parece ser una joya
arqueológica inaugurada hace un siglo -inspirándose tardíamente en el teatro
madrileño de la Zarzuela-, no es posible, nos quedaremos con esa limitación. La
ampliación de los camerinos, es una cuestión que obviamente se abordará en esta
reforma.
Pero resumiendo: no solo hay que preocuparse de los
espectadores, de su número y comodidad, sino de que los profesionales de las
artes escénicas puedan trabajar óptimamente para sí poder desarrollar ahí sus
proyectos más ambiciosos. Cuestión que es buena para el sector, y buena para el
público.