¿A partir de qué fecha de un año que comienza no tiene ya sentido desear a nuestros allegados “feliz año nuevo? Como de todo lo propio y ajeno hay teorías, sobre este asunto existen también varias al respecto. La estricta -o la más cristiana- dictamina que una vez que las navidades se han esfumado no es de recibo desear a nuestros semejantes que pasen un buen año. La jornada de Reyes, por lo tanto, sería el último día en el que podríamos dedicarnos a esa faena. Pero no podemos olvidar que nuestro prolífico refranero dictamina “Hasta San Antón, Pascuas son”. Es decir: hasta el 17 de enero (San Antón) podemos soltar a alguien sin sentirnos fuera de lugar ¡Feliz Año! Luego todavía nos quedan unos días para poder felicitarnos los unos a los otros por ello.
Pero, ¿por qué felicitamos el año nuevo? Habitualmente damos
la enhorabuena a alguien cuando nos enteramos de que le ha sucedido algo
positivo en la vida. Puede ser un éxito en un proyecto, o que le tocado la
lotería… Y le damos el parabién para que sepa que lo sabemos y que valoramos
esa positiva circunstancia que está viviendo. Nos alegramos con él y por él. Por
lo tanto, si le felicitamos el año nuevo, entendemos que es un hecho positivo
que esa persona comience ese nuevo ciclo temporal de doce meses. Y él, a su
vez, si es una persona mínimamente educada, hará otro tanto con nosotros. Realmente
estos parabienes que nos enviamos unos a otros estos días de comienzos de año tienen
que ver con desearnos felicidad en la futura existencia que nos toca vivir a
los que seguimos vivos, valga la redundancia. Y como no podemos estar todos los
días felicitándonos unos a otros por el simple hecho de seguir en este mundo elegimos el comienzo de cada año. Cuando te
felicitan un nuevo año, eso sí, ese deseo caduca a los 365 días.
Pero todavía nos quedan en la recámara las felicitaciones de
cumpleaños. Recordemos que la Iglesia católica, en la antigüedad, consideraba
que celebrar el aniversario del nacimiento de las personas era un rito pagano. Por
lo tanto seguir esa costumbre no era plato de gusto cristiano. Incluso hoy en
día algunos testigos de Jehová siguen acatando la tradición cristiana antigua
de no festejar los cumpleaños (Génesis 40:20; Mateo 14:6; Marcos 6:21). ¿Pero
por qué a los primeros cristianos no les parecía bien algo que en principio no
deja de ser celebrar la vida de una persona? Precisamente ahí radica la raíz de
su desagrado: la verdadera vida para ellos no está aquí en este terrenal mundo,
sino en el Cielo.
Felicitar el año nuevo, o el cumpleaños de alguien, son
costumbres culturales que tienen que ver con la celebración de la vida. Con
celebrar que vivimos, sobrevivimos y que aquí estamos. No deja de ser un “Carpe
Diem”, palabra que como sabemos viene del latín y que se le ha atribuido a Horacio,
el poeta romano. Su significado en español no es otro que “aprovecha cada día,
no te fíes del mañana”. Buena sentencia que no deja de provenir de un “bon
vivant”. Es decir: de un artista, de un poeta.