Cuando Dios expulsa a Adán y Eva del Paraíso despide al “hombre de la casa” con un: “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. El Edén, por lo tanto, era considerado como tal porque era un lugar en que no se “daba palo al agua”. Recordemos, dicho sea de paso, que esta expresión se empleaba cuando un marinero no ayudaba al resto de sus compañeros a remar, por lo que literalmente se le reprochaba que no estaba “dando palo al agua”. Pero no nos desviemos: con esa herencia cristiana sobre la expulsión del ser humano del Edén, herencia que todos arrastramos, podríamos deducir que el trabajo no deja de ser una maldición que el Señor nos lanzó hace unos miles de años. Por eso en vez de creer ciegamente que la persona que no quiere trabajar hoy en día es una lacra social, deberíamos pensar que ésta añora el paraíso perdido. Como los nobles que desde los albores de los tiempos entendían que el trabajo era deshonroso. Noble, por lo tanto, era el que no curraba. Y villano, el que trabajaba. Pues “villano” era el que vivía en una villa sirviendo al noble.
Cuando Luis XIV, el “rey sol” quiso convencer a los nobles
de que se establecieran en las colonias para dedicarse al comercio, decretó en
un edicto que el comercio marítimo no les restaba nobleza. Aunque la nobleza sí
que trabajaba realmente: se dedicaba “al arte de la guerra”. Aunque era una ocupación
que no era entendida como un trabajo. También tanto las mujeres como los
hombres nobles podían dedicarse, para sobrellevar sus largos días, a otras
artes como pudieran ser la música o la poesía. De ahí podríamos llegar a la
siguiente hipótesis: dedicarse al arte no es un trabajo. Quizá sea por eso que
el trabajo artístico sufre actualmente un gran déficit de consideración social.
De aquellos lodos vienen estos barros. Se debe pensar que el artista es una persona
que no “da palo al agua”.
Dejando atrás la ironía: quizá la gran aportación de Karl Marx
a lo que deberíamos entender hoy por trabajo fue definirlo como una actividad
en la que el hombre se puede desarrollar. Desde Marx el trabajo ya no es un mero
medio productivo sino un fin en sí mismo que puede ser disfrutado. Aunque Marx
defendía el “trabajo libre” y lo diferenciaba del “trabajo enajenado” con el
que se mostraba crítico.
Pintar un cuadro, escribir un libro, puede ser divertido
cuando pintas desde la libertad. Pero cuando se convierte en una profesión, en
un medio para llegar a final de mes, el asunto puede dejar de ser tan
entretenido. El Edén se puede convertir en infierno si todos los días tienes que
escribir novelas, o realizar esculturas, de sol a sol. Puedes llegar a odiar
aquello que un día elegiste libremente.
Por lo tanto, el trabajo es siempre “sudor en la frente” y tiene que graduarse
para que todo el mundo pueda disfrutarlo. Y así, del mismo modo que defendemos
jornadas más cortas para las personas asalariadas, también deberíamos de
defender que los autónomos, o lo artistas, puedan llegar a final de mes sin auto
explotarse.