El proceso psicológico que vive la persona que ha sufrido abusos en su infancia transformándose en el futuro en un adulto maltratador, es paradójico. Dicha persona llega a aceptar el abuso como algo normal, incluso positivo para su desarrollo personal. Lo interioriza como algo ordinario que forma parte de su vida. Y actúa en el futuro de la misma manera que han actuado con él: la pasada víctima se convierte en actual verdugo. Este proceso puede repetirse hasta el infinito: nuevas víctimas, nuevos verdugos. Romper esos ciclos de violencia insertos en el ADN de nuestra sociedad no es tarea fácil.
Salvando las distancias, podríamos afirmar que muchos
errores que han cometido con nosotros personas dotadas de cierta autoridad sobre
nosotros forman ya parte de nuestra biografía y los vamos transmitiendo sin ser
conscientes de ello. Se necesita realizar un gran ejercicio de autocrítica para
detectarlos y no propagarlos.
Algo similar ocurre también en el sector del arte. Es
sorprendente ver cómo ciertas iniciativas puestas en marcha por creadores que
van dirigidas a artistas jóvenes y en las que hay patrocinio institucional no
respeten las buenas prácticas: no se paga honorarios a los artistas. El artista
antes explotado pasa ahora a ser comisario, gestor, coordinador… explotador. Algunas
de estas iniciativas aparecen camufladas bajo el formato concurso con
"premios" que no superan los 300 euros y en las que se pone en marcha
una exposición de las personas seleccionadas que no cobran absolutamente nada por
su trabajo como artistas.
Imaginemos, por ejemplo, que soy un artista que quiero
decorar una buena temporada mi casa con obras de jóvenes creadores y a bajo
coste. Convoco un concurso con tres premios, por ejemplo, de 100, 200 y 300
euros en total. Selecciono a diez que me traen sus a casas su creaciones y los
cuelgan en mis paredes. No les pago ni el trasporte de las obras, ni su montaje.
Y reparto finalmente esos exiguos dineros entre los tres creadores cuyo trabajo
me gusta más. Al cabo de unos meses, los artistas se llevarán sus trabajos. De
esta manera de las diez personas que han trabajado para mí, solo tres cobrarán
algo. Es decir: he conseguido “alquilar” una decena de obras de arte, que me
las traigan, que las cuelguen, que se las lleven… por 600 euros. Imaginemos,
además, que ese dinero no sale de mi bolsillo, sino que lo aporta el
ayuntamiento de mi ciudad y, además, me pagan a mí un pequeño salario por mi
trabajo de “promoción de artistas jóvenes”. Absurdo, ¿no? Pues es algo que
sucede habitualmente.
Ningún artista tiene que aceptar que le exploten ni explotar
a otros. Ninguna institución tiene que subvencionar proyectos en los que no se
pague a los artistas. Hay que denunciar estos abusos públicamente. Y realizar
un esfuerzo por educar a todos los agentes que forman parte del arte y de la
cultura para acabar con ese infinito ciclo de explotados y explotadores
culturales.