No es lo mismo ser un artista maldito que un maldito artista. En el primer caso, hablaríamos de cierta figura del pasado producto de la bohemia. En el segundo, sobran las explicaciones.
El término “malditismo” proviene de un poema del poeta Charles
Baudelaire que da inicio a su obra más conocida, aunque poco leída actualmente
por el común de los mortales: “Las flores del mal”, escrita a mediados del
siglo XIX. Verlaine, otro gran poeta francés, escribiría a finales de ese
mismo siglo el libro de ensayos “Los poetas malditos”. “Malditismo” se
utilizaría desde entonces para referirse a cualquier artista incomprendido por
sus coetáneos y que no obtiene el éxito que se merece en vida. Obviamente
Baudelaire fue el primer “artista maldito”.
Los artistas malditos eran trasgresores, radicalmente antiburgueses, inconformistas, de vida disoluta, obsesionados por su obra y profundamente honestos. Pero el malditismo sería asimilado paulatinamente por el sistema con el correr de los tiempos. Y algunos “artistas malditos” del siglo XX serían ya comprendidos por sus contemporáneos y alcanzarían el éxito. Aunque muchos de ellos morirían jóvenes, fundamentalmente por llevar una vida desenfrenada. Morir de éxito, en vez de morir de fracaso, es el sello de los más recientes creadores malditos. ¿Camina aún entre nosotros algún artista maldito? Posiblemente. Aunque son una especie en peligro de extinción.
Cuando pensamos en un artista maldito nos viene a la cabeza
Vang Gogh. Ese genio excéntrico, angustiado, que llegó a rebanarse parte de su
oreja en un arrebato de locura. Un artista que vivía aislado de sus coetáneos y
en la penuria absoluta porque no vendía ni un cuadro. Pero Vang Gogh contaba
con la ayuda de hermano menor Theo, marchante de arte en París, quien le estuvo
ayudando de manera desinteresada toda su vida. Incluso llegó a venderle algún
cuadro. Es un mito que Vang Gogh no vendiera en su vida pintura alguna.
Más “maldita” fue la vida de Modigliani. El pasado año se
cumplía un siglo de su fallecimiento. El artista residía en Montparnasse, barrio
famoso a comienzos del siglo XX, epicentro de la vida artística de París. Y del
desenfreno. Eran los “años locos” con un Modigliani alcohólico, politoxicómano
y mujeriego. Cambiaba comida, bebida…
por sus cuadros. Su muerte estuvo a la altura de su vida. Tras unos días
desaparecido, un amigo derribó la puerta de su casa. Lo encontró agonizante al
lado de su amada Jeanne Hébuterne. Falleció al poco de meningitis tuberculosa. Tenía
35 años. Se hizo una colecta por los bares para poder enterrarlo. Al día
siguiente Jeanne, de 21 años de edad, se arrojó por la ventana de casa. Estaba embarazada
de ocho meses.
“Desnudo acostado” de Modigliani se vendió en 2015 por 158
millones de euros. La segunda obra más cara de la historia por detrás de un
cuadro de Picasso. Con el dinero de ambas pinturas vivirían hoy varios millares
de “malditos artistas” y algún que otro “artista maldito”.