Son las 10 de la fría noche del 30 de diciembre de 1969. Franco se dirige a los españoles desde El Pardo en su ya tradicional mensaje de fin de año. Algunos recuerdan aún el primero, en la Nochevieja del 37. Con la futura democracia, la arenga navideña sobrevivirá. Incluso los líderes autonómicos adoptarán este hábito franquista. Aquella noche del último año sesentero, el caudillo, con su insulsez habitual, sermoneaba: «Respecto a la sucesión a la Jefatura del Estado, sobre la que tantas maliciosas especulaciones hicieron quienes dudaron de la continuidad de nuestro Movimiento, todo ha quedado atado, y bien atado, con mi propuesta y la aprobación por las Cortes de la designación como sucesor a título de Rey del Príncipe Don Juan Carlos de Borbón”.
Pocos años después, Franco fallecía a los 82 años. Por complicaciones asociadas a su avanzada edad. Es decir: de viejo. Y comenzaba un fronterizo periodo conocido como “transición española“ que finalizaría con las elecciones generales de 1982 a rebufo de “la movida madrileña”. Elecciones en las que ganó el slogan del PSOE “por el cambio”. Durante décadas recordamos la transición como un “hit” modélico, asumiendo que “el cambio” existió. Sin embargo, en los últimos tiempos se han alzado voces críticas con esta etapa que reclaman que, cuarenta años después de la muerte del caudillo, no sólo somos herederos de su mensaje navideño en el que nos regalaron una monarquía.
“Desataduras”, una exposición de arte que se puede visionar
hasta este domingo, revisita aquella época haciendo coro a dichas voces. Nerea
Lekuona, su artífice, nacida meses después de la muerte de Franco y cuyos primeros
recuerdos se grabaron en su memoria, en plena transición, en cinta de casete, nos
invita a darnos un refrescante chapuzón en este periodo histórico. Y una vez
tonificados, aún calados por esas reminiscentes aguas, la artista nos incita a
recorrer el laberíntico espacio expositivo de la primera planta del centro
cultural Montehermoso para secarnos a la sombra de sus obras. Obras de papel,
monocromáticas, de formato pancarta la mayoría, extendidas sobre paredes y
suelos, mostrando grandes manchas abstractas, geométricas, a primer golpe de
vista. Pero en una segunda aproximación advertimos que contienen enmarañadas
palabras, frases, extraídas de los protagonistas políticos de la época de “la
transición”. La fornida estética personal de los textos manuales, con letras
agigantadas y comprimidas en su diseño, nos impide la fácil lectura de los
mensajes. Y así leer “La calle es mía” o “Puedo prometer y prometo” se
convierte en un espinoso ejercicio. El espectador pelea contra ese ataque de
repentino analfabetismo, pues las letras conforman un gran laberinto en el que
te extravías. Lo que parecía estar atado en nuestra memoria se no presenta
ahora desatado. Ineludible muestra “made in Gasteiz” arropada por textos de
Fito Rodríguez y documentada fotográficamente por Jorge Salvador. Digna de ser
exportada.