14.2.19

ARTE Y CINE


Si existe un arte total, este es el cine, pues puede fusionar fotografía, literatura, teatro, arquitectura, cómic… Un arte, además, al que podemos acceder cotidianamente: en las pantallas de televisores, ordenadores, teléfonos móviles, cines… Pero, obviamente, no todo lo que visionamos es arte. Más bien, poco de lo que vemos en formato audiovisual tiene que ver con este. Llegados a este punto, podríamos reflexionar sobre lo que es o no es arte. O sobre quién decide qué es o no es arte. Escabrosa cuestión de la que ya hemos hablado en ocasiones. Pero no nos vamos a pasear por este laberinto para llegar –o no- a inciertas conclusiones sobre qué cine es arte o no. Pues en la mayoría de las ocasiones no es necesario ser un cinéfilo o un crítico cinematográfico para discernir si el filme que estamos viendo es un mero entretenimiento o es una obra que deja poso, que nos hace reflexionar, que de alguna manera nos sacude o que incluso puede llegar a propiciar en nosotros un cambio en nuestra manera de entender aspectos de nuestra realidad. Y así, hay filmes que vemos y olvidamos rápidamente. Y otros, que forman parte ya de nuestra biografía, incluso de nuestra consciencia.
Paradójicamente, los centros de arte y museos prestan escasa atención al arte cinematográfico. Es cierto que, por ejemplo y refiriéndonos a nuestro territorio, se programan ciclos de cine en nuestras infraestructuras públicas y privadas, pero de manera casi anecdótica. Sabemos que de la producción cinematográfica mundial, muy pocas películas llegan a las salas comerciales. O a las pantallas de nuestros hogares. Pues, como el resto de las artes, el cine es industria. Y si no es rentable económicamente, acaba siendo invisible. En resumen, visibilizar ciertas piezas cinematográficas debería ser uno de los objetivos de nuestros equipamientos culturales públicos.
Es cierto que en el Estado contamos con una red de filmotecas dedicadas a comprar, catalogar, conservar, restaurar y visibilizar material cinematográfico que en muchas ocasiones no ve la luz en los circuitos comerciales. Una filmoteca, es un museo cinematográfico. Contamos con una por cada autonomía y otra, la nacional y más importante, dependiente del gobierno central. Pero la falta de presupuesto frena el trabajo de todas ellas. Desde la española, por ejemplo, anuncian que más del 80% del cine mudo español se ha perdido. La realidad es que en todo el mundo se han perdido el 95% de las películas realizadas entre 1895 y 1919 (cuando en la Primera Guerra Mundial se aprovecharon el celuloide y las sales de plata de las películas para uso militar), el 80% de los rodados entre 1919 y 1931 y el 75% de los filmados entre 1932 y 1950. Y el recurso digital no es la panacea: realizar un duplicado óptimo de un rollo fílmico puede costar entre 3.000 y 6.000 euros.
En definitiva: poner en marcha un programa para preservar y difundir el séptimo arte en el que participen todas las instituciones culturales de nuestro país sería imperioso.