Como siempre por estas fechas, después de las vacaciones de
Semana Santa de marras, nuestras instituciones se frotan las manos mientras
hacen feliz balance del impacto económico generado por el turismo. En nuestro
caso, en el ámbito vasco -ya que el turismo de sol y playa primaveral nos queda
lejano por habitar en estas tierras destempladas- el cálculo de rigor versa
sobre la huella monetaria generada por el turismo cultural. Nos hablan de la
creación, o el mantenimiento de empleo, que genera el turismo, de las
pernoctaciones hoteleras de los que nos visitan, de sus almorzadas en los
restaurantes, haciendo cómputo de hasta el número de pinchos de tortilla de
patata recalentada que degluten. La cuestión es “hacer caja”. Se habla,
siempre, de la riqueza económica generada por el turismo. Y punto final del
balance. Porque, ¿acaso hay algo más de lo que hablar? ¿Se olvida alguien de
algo? Como escribía Quevedo: “Poderoso
caballero es don Dinero. Madre, yo al oro me humillo; él es mi amante y mi
amado.”
Sería fundamental hablar de cuál es el impacto cultural,
social, incluso económico a largo plazo, que genera el turismo. Quizá
deberíamos comenzar la reflexión recordando una realidad: España es el país más
visitado del mundo en proporción a su población: recibe setenta y cinco
millones de turistas al año. El tercero del mundo –Francia acoge ochenta
millones y EEUU, setenta- sin tener este dato en consideración. El gasto medio
de cada turista a su paso por nuestro país es de mil euros. Hablamos, entonces,
de que el turismo nos genera unos ingresos de 75.000 millones de euros. Esa es
la realidad. Que nos lleva a lanzar la pregunta del millón, valga la redundancia.
Ésta es: si el turismo es tan estupendo para nuestra economía y somos los
“number one” del universo turístico, ¿por qué la economía de nuestro país no
está a la cabeza del mundo? La media de la tasa del paro en la zona euro no
llega al 10% y en España ésta se duplica. Por arrojar un dato.
Podríamos concluir sin temor a equivocarnos que muchos de los
males que aquejan a nuestro país como puedan ser la especulación urbanística,
malversación de fondos, generación de empleo temporal… provienen de un país
cuya piedra angular de la economía proviene del turismo. Que no deja de ser
herencia del franquismo.
En Barcelona, en Ibiza y en otros lugares asolados por el
turismo los ciudadanos ya empiezan a sublevarse hartos de que su futuro sea servir
mesas a los uniformados de chanclas y bermudas, obligados a vivir en las
periferias pues los centros históricos han sido ocupados por hordas de turistas.
Centros en los que experiencias como tomarte un café o alquilar una casa sólo
pueden ser vividas por turistas procedentes de la zona rica del euro. “Polución
turística”, le llaman al fenómeno. La sangre no ha llegado al río aún, pues no
tenemos noticia de que se haya quemado ningún chiringuito, pero, y ya en serio,
es tiempo de pensar qué tipo de economía queremos potenciar.