Poca política en materia de cultura se está viendo en los
programas de los partidos políticos que se presentan a las elecciones locales.
O bien, lo que se ve, no es cultura, sino ideología en la mayor parte de los
casos. No es de extrañar, pues la cultura es este país siempre ha sido -y es-,
en lo que a política se refiere, una gran desatendida. Habrá que esperar un
poco a ver qué proponen los nuevos partidos, como Podemos o Ciudadanos, pues
son agrupaciones de nuevo cuño que todavía están elaborando su programa. En el
caso de los primeros, el Círculo de Cultura de Podemos –que está formado por
más de trescientas agentes culturales procedentes de distintos ámbitos del
mundo cultural y de todos los puntos del país - su intención es dar forma a una
propuesta electoral para las próximas elecciones generales "que no sea
solo de un partido político sino un programa del conjunto de la sociedad."
Habitualmente los partidos políticos levantan – o eso
intentan- sus políticas sobre tres grandes pilares: el social, el económico y
el cultural. Y ese es el problema. Porque la cultura no es una pilar, sino un
intangible imaginario que tiene que atravesar y calar los otros dos. Porque, ¿se
puede hacer políticas económicas sin una dimensión cultural? Sí, pero ya vemos
a lo que nos ha llevado esta manera de obrar: todavía estamos bajo las botas de
una economía amoral, insolidaria, desequilibrada. ¿O podemos abordar cuestiones
sociales tan importantes ahora mismo como puedan ser la emigración, diversidad,
multiculturalidad…, sin un marco cultural? Ya vemos que no. Ejemplos concretos
los tenemos ahora mismo en Vitoria-Gasteiz de manos del equipo de gobierno actual.
En las últimas dos décadas, a las tres pilares anteriormente
mencionados se le añadido una cuarta pata. O, más bien, la cuestión cultural ha
sido eclipsada por la medioambiental. Que es mucho menos abstracta, etérea que
la cultural. Y así, el progreso sostenible de los que muchos hablan se sustenta
ahora mismo en tres ejes: económico, social y medioambiental. Pero una vez más
la cultura se hace necesaria para
entender y transformar nuestro entorno, ya sea este natural o urbano.
Pero vayamos a casos concretos: ¿dónde, por ejemplo, aparece
la idea de felicidad, como objetivo fundamental de cualquier ciudadano, en un
programa político? ¿O la memoria histórica? ¿La creatividad? ¿O el conocimiento,
que es algo tan necesario para poder elegir a nuestros gobernantes? ¿Cómo
podemos producir cambios en las tradiciones que se han quedado ya obsoletas
para poder integrarse en nuestras vidas? Quizá algunas de éstas últimas tengan
que cambiar o desaparecer. Como sucede con los toros, o con esos Alardes en los
que solamente aparecen hombres y se discrimina, por tanto, a las mujeres. Obviamente
desde perspectivas estrictamente económicas, sociales o medioambientales estos
interrogantes no pueden resolverse. En definitiva: el gran árbitro de todos los
paradigmas de nuestra sociedad tiene que ser la cultura.
