Los crudos inviernos en esta ciudad quizá no sean buenos
para nuestra salud, pero sí lo son para la Cultura. Pues, aunque en la calle el
termómetro toque ya suelo, nosotros no nos vamos a pasar todo el santo día en
casa chupando tele. Somos adictos a la “caja tonta”, más solo hasta cierto
punto: sabemos que si abusamos de ella podemos acabar en el psiquiátrico. Pero
tampoco vamos a andar deambulando de bar en bar o de cafetería en cafetería por
nuestras frías calles: corremos el riesgo de acabar en “alcohólicos anónimos”.
Así que las actividades programadas en salas expositivas, museos, teatros,
salas de conciertos, y demás espacios culturales, durante estos meses son
siempre bienvenidas. Pues nos sirven de excusa para salir, socializar,
divertirnos, aprender… sanamente. Aunque por parte de las instituciones, como
ya hemos repetido mil veces, su actual interés se centra sobre todo en divertir
al turista, despreocupándose de los propios ciudadanos a los que dicen atender,
servir. A los ciudadanos alaveses que no son hoteleros, hosteleros o taxistas,
quiero decir. Pero como hay demanda y hay un hueco no cubierto por las
instituciones, está naciendo una oferta. Y así, como decíamos de paso en mi
columna de la semana pasada, hay colectivos que desde el ámbito privado están
ofreciendo múltiples actividades de gran interés. Actividades, sobre todo, que
brotan del ámbito de las artes escénicas y musicales. Pues éstas pueden nutrirse
del público, tirando de taquilla, cobrando la entrada pertinente. Cuestión ésta
para nada posible en el ámbito de las artes visuales: nadie pagaría un solo
euro en esta ciudad por ver una exposición de arte en un espacio privado. Así
que los artistas plásticos de nuestro contexto próximo no venden su obra, lo
tienen muy peliagudo para sobrevivir. Si a eso le sumamos que hoy en día
muy poca gente compra arte, el sector de
las artes visuales vitoriano está más frío que un témpano. Fuera y dentro de
las instituciones. Tendrán que reciclarse y dedicarse a otras artes.
En estas pasadas navidades, de todo lo que he visto, oído,
me quedo con “Las jornadas Mostrenkas” que tuvieron lugar en la sala Mostrenka,
valga la redundancia. Sala ubicada en el Casco Viejo de nuestra ciudad. Un
espacio pequeño, simple pero efectivo. Con un ambiente similar que recuerda a un
cine de barrio de los de antaño. Acudí a ver cuatro de las cinco obras de teatro
que se representaron. Obras pergeñadas por artistas cercanos, la mayoría del
ámbito del País Vasco. El actor Txubio Fernández de Jauregui bordó un doblete.
Con la obra “Paracetamol Experience” -que me perdí porque todas las entradas
estaban ya vendidas- y con “Tenemos que hablar”, una pieza muy divertida,
inteligente, con un sentido del humor absurdo e hilarante hasta el delirio. No
me había reído tanto desde los tiempos de la compañía de teatro “Sobradún”. Por
cierto: ahora podemos disfrutar de las obras de “Sobradún” adquiriendo el libro
“Mucho teatro”, de Mauro Entrialgo.
