El proyecto “Itinerario muralístico
de Vitoria-Gasteiz” presenta públicamente hoy su decimotercer mural. Los doce
trabajos anteriores pueden ser contemplados en el Casco Viejo. Son murales con
excesiva presencia, sin conexión entre sí, de temáticas variadas, que no se
integran con su entorno sino que compiten con él. Se proyectan sobre las
paredes sin adecuarse al soporte: si en este nos encontramos con un vano, una
ventana, el hueco se ignora, como si no existiese. Por otra parte, el mural
público, medio usado históricamente como herramienta de expresión crítica –pues
se desarrolla en el espacio urbano- se convierte en este caso en un mero
elemento decorativo. Que incluso imposibilita el despliegue de otros medios de
expresión del arte urbano de carácter contestatario: graffiti, plantillas,
pegatinas…, pues ahora mismo tenemos doce paredes del Casco Viejo anuladas. Es
paradójico que unos murales que son realizados de manera colaborativa, con la cooperación
de diversas personas, no tengan en cuenta que el compromiso con lo colectivo se
extiende más allá de ellas y de su trabajo. Y, por el contrario, que obras de
artistas urbanos que trabajan individualmente traten, en cambio, problemas de
raíz colectiva. La conclusión es clara: un trabajo colectivo muchas veces sirve
para que el compromiso –todo buen arte es comprometido- se diluya entre dicho
colectivo y no para amplificarlo.
Pero el decimotercer mural es una
excepción. Quizá porque el peso, bagaje, la autoridad, del artista que ha
coordinado el proyecto, Javier Hernandez Landazabal, ha podido contra esa
disolución de compromiso de la que hablamos. Pues “autoridad” no significa “autoritarismo”,
sino ser autor. Y éste es un mural de autor.
Es un mural comprometido, sin
concesiones a la amabilidad, que habla de un suceso histórico que forma parte
de la biografía de esta ciudad: los asesinatos por parte de la policía de cinco
trabajadores durante la jornada del tres de marzo de 1976. El mural se ha
realizado cerca del lugar de los hechos, en pleno barrio de Zaramaga. De una
manera inteligente, el muro se convierte en un panel de notas en el que
cronológicamente vemos fotografías, recortes de periódicos dando parte de ese
suceso, del contexto histórico y de lo que posteriormente y en relación al
“Tres de mazo” ha sucedido. Es un mural que no sólo se queda ahí, pues también
habla de la lucha obrera. Y de la represión autoritaria. Algo, por tanto, muy
actual en estos momentos de crisis. Compositivamente, el mural se integra en su
entorno, con los edificios adyacentes, porque parte del muro no se ha pintado.
Y al ser monocromo, su presencia no se impone. Aunque cuando se relata el
momento actual aparece el color. Por otra parte la composición respeta las
ventanas, los vanos, del edificio. Algunos de los recortes de periódico están
sujetados con siete chinchetas rojas, una por cada trabajador muerto. Los
disparos, por tanto, son representados por chinchetas. Buena alegoría. Y buen
trabajo.
