Nuestro Alavés -el equipo de fútbol de Gasteiz- ya ha
ascendido a segunda. Gobierno Vasco, Ayuntamiento y Diputación apoquinarán dos
millones de euros para echarles una mano esta temporada. Todo sea por apoyar a
nuestro “glorioso” en su glorioso ascenso. Aunque con esa subvención no les
llega ni para pipas: solamente pagar el canon –creo que se paga en julio- por
subir de división supone medio millocente de euros. Así que tendrán que captar
más la afición: más socios. Y luego están las televisiones, las quinielas y
todo ese lío del que reconozco que sé bien poco por el que se obtiene también
“money”. Más el sistema de venta de entradas: unos veinte euros por ver un
partido. Mantener un equipo así, que está en segunda división, puede costar
doce millones de euros al año, dicen. Como digo, sé bien poco del fútbol porque
no tengo la suerte de que me guste ese espectáculo de masas. Y digo “suerte”
porque de la misma manera que me parece una pasada que un político pagado con
dinero público gane diez veces más que un profesor o un médico (funcionario
público), me horripila que un jugador de fútbol gane cincuenta veces más. Y no
quiero estar horripilado.
¡Y que nadie diga nada sobre el dinero público que se
invierte en mantener los equipos del fútbol profesional!: los futbolistas son
los nuevos dioses de esta loca sociedad en la que vivimos. El “deporte Rey” le
llaman. Y así es. A los profesionales del fútbol se les permite todo, a sus
seguidores, casi todo. Yo me lo pierdo, lo reconozco: si fuera forofo de un
equipo de fútbol no tendría que tener esta especie de mosqueo contra el
balompié profesional. ¿Qué un jugador gana un pastizal subvencionado además por
mi Ayuntamiento -360.000 euros- en pleno escenario de recortes sociales?
Perfecto. Me daría igual, me haría además abonado, pagaría veinte euros,
animaría a mi equipo, me tomaría unas cervezas y sería feliz ese día. Pero no
tengo esa capacidad, lo admito. Algunos me llaman raro, otros aburrido, los menos
me tildan de aguafiestas o de “cortarollos”. Y es que puedo disfrutar leyendo
un libro, viendo una película, visitando una exposición, yendo de potes con mis
amigos, dando un paseíto por mi ciudad cuando acompaña el buen tiempo… pero el
fútbol me aburre soberanamente. No sé si me aburre porque los valores que
representa no me interesan en absoluto (competitividad, espectáculo, negocio,
lenguaje victoria-derrota...) o porque los valores que representa me lo hacen
aburrido. Cuando alguien me habla de balompié yo suelo soltar la siguiente
gansada: “lo que tendrían que hacer es repartir balones para todos los
jugadores y que dejen así de pelearse.”
Siempre he defendido el deporte de base: funciona como
pegamento social. Ver en un barrio a gente de diversas etnias jugando unos
contra otros, divirtiéndose, sin mosqueos, sin cobrar un solo euro por ello… me
parece “glorioso”. Ya sea fútbol, pelota, baloncesto… Ese es el tipo de deporte
que tendrían que apoyar con dinero público.
