Y van dos... El segundo "gran mural" del Casco Viejo está tomando forma. Si el primero (el de la Plaza de la Burullería o Brullería) no se integraba con el entorno, este segundo, reincide en ese mismo gran error. En ese gran error de base. Recordemos que las intervenciones en los espacios públicos, sobre todo si éstos tienen un claro valor histórico, arquitectónico... tienen que proyectarse minuciosamente, bajo unos criterios de contemporaniedad y calidad. Y sobre unas coordenadas previas de "buenas prácticas": concurso público que posibilite que cualquier pueda presentar su propuesta, un jurado de expertos que garantice la calidad del proyecto... Velando para que se establezca un diálogo con el espacio en el que la obra se sitúa. Y, desde ese diálogo, aportar valor. Ese el quid de cualquier intervención pública acertada. No tiene sentido una intervención que eclipse, invada el espacio que ocupa si éste es ya es de interés. Si es un espacio de especial relevancia, noble, que funciona bien tal como fue ideado. En el caso de la Plaza de la Burullería (una fachada de un edificio) una buena mano de pintura blanca (emulando a Malevich) hubiera sido suficiente para que este interesante e histórico plano arquitectónico fuera puesto de nuevo en valor y se re-actualizara.En estos dos murales sus autores han pecado de exceso de "maquillaje". ¿Alguien se acuerda de la máxima "Menos es más” del arquitecto alemán Ludwig Mies Van Der Rohe, uno de los arquitectos más importantes del siglo XX? Van Der Rohe ejerció la dirección de la Escuela de Arte y Diseño de la Bauhaus, en Alemania en donde se materializaron sus primeas ideas respecto a la pureza de las formas. Adoptar el principio de “menos es más” supone decidir qué necesitamos tener alrededor y qué no. Porque los espacios simples y despejados satisfacen la necesidad de calma, de belleza, dirían algunos. Aunque no son pocos los artistas que apuestan por el ruido, por el "más es más", por la acumulación, por el exceso. Lo vemos en el cine, en la arquitectura, en la gastronomía...Y a pesar de la máxima de Van Der Rohe este proceso (no vamos a hablar ahora de otros que también se cimientan en la banalidad), el de de los murales "populistas" en el Casco Viejo de Vitoria, es imparable. Y pagado por nuestro Ayuntamiento:
"Profesionales, vecinos, alumnos y profesores de la escuela infantil Haurtzaro, en el Casco Viejo, pintarán un mural en la fachada del centro, similar al que existe en la plaza de la Burullería. El Ayuntamiento aporta 18.000 euros. En un futuro se llevarán a cabo otras actuaciones similares en la almendra medieval.
El Consistorio tiene previsto firmar un convenio con AMBA -los amigos del Museo de Bellas Artes- para, en el plazo de tres años, «pintar siete u ocho murales, según las prioridades. Se trata de una experiencia que ha tenido gran éxito», señaló Gonzalo Arroita, director de la Agencia de Renovación Urbana.
Arroita también anunció que se colocarán unos indicadores en la calle Nueva Dentro con los hitos históricos de la que antaño fue la calle de la Judería, como han demandado los vecinos. En un futuro se convocará un concurso de ideas para extender esta experiencia a todas las calles del Casco Viejo."
El muralismo como fórmula de intervención en espacios públicos es un recurso válido si se usa adecuadamente. Cuando está bien proyectado. Porque no todo vale. Cualquier mural, cualquier graffiti, cualquier dispositivo de "street art" no es válido "per se". Ni siquiera cuando se ampara en bajo coartadas populistas como las que esgrimen los autores de estos dos cromos agigantados. No vamos a poner ejemplos aquí de atropellos históricos cometidos con la ayuda de las masas...
Conseguir llevar el arte a la calle, y conseguir que la gente colabore (aunque ejercer de "comparsa" de un artista no es colaborar) en el proceso artístico, no es suficiente para que una obra sea valida. La calle es de todos, de artistas, ciudadanos en general, críticos... así que toda intervención en un espacio público -costeado con dinero público, que es de todos- que se presenta como tal no está exenta de crítica. Y la realidad es que estos murales no se integran en el contexto arquitectónico, no realzan el excelente entorno en el que se insertan, no aportan valor más allá de mera decoración. Adolecen, por lo tanto, de interés. No se pueden, por lo tanto, juzgar bajo claves artísticas (porque no es el caso) sino como elementos decorativos fallidos.
Y así, el mural de la Plaza de la Burullería es excesivo, sin medida, realizado bajo a unas farolas "de diseño", junto a una estatua de Ken Follet, junto a la improvisada entrada a la Catedral... todo improvisado. Nada se articula entre sí. No hay diálogo. Sólo imposiciones. Se trata de conseguir "levantar la voz" más que el vecino. Que se vea, que se escuche, lo que estoy haciendo. El "ande o no ande, caballo grande" está a la orden del día en el urbanismo actual. Porque es más visible el grito que el susurro.
Si estos muralistas querían rendir un homenaje a esa actividad ancestral de la plaza pintando trapos en una pared(parece ser que en ese espacio se teñían hace siglos telas), ¿por qué no "colgar" de las ventanas de esa fachada unos paños pintados, por ejemplo? Con esa sencilla -pero no simple- intervención pictórica el homenaje se habría realizado. Pero parece ser que es necesario hacerse notar, realizando obras que invadan los espacios en base a litros de pintura usados, metros cuadrados rellenados y decenas de manos trabajando. ¿Estos profesionales no conocen la técnica del "trampantojo"? Tener que explicar a estas alturas que en arte la técnica tiene que estar al servicio de una buena idea es muy triste. Esos dos murales son exagerados, manieristas, recargados... Son cromos gigantes. Es una lástima. Si la idea era "hacerse notar", lo han conseguido. ¿Por qué no conservamos lo que es de valor y mejoramoa lo que adolece de ello?